Dicen que un presidente con personalidad de motor debe ser seguido por un gobierno tranquilo. Y un poco de eso ha tenido nuestra Historia. Si observamos por un instante el siglo diecinueve, al presidente Manuel Montt (motor, con dos revoluciones en su contra), le siguió José Joaquín Pérez (tranquilo, con una guerra contra España); luego vino Federico Errázuriz (motor) y Aníbal Pinto (tranquilo, a pesar de los conflictos internacionales), tras él Domingo Santa María (motor de motores), pero después le siguió el gobierno de José Manuel Balmaceda (otro motor) y estalló la Guerra Civil.
Intendente de Colchagua a los 23 años (1847) practica la más abierta intervención electoral, lo que le significa la salida del gobierno y se pasa a la oposición. Participa en las revoluciones de 1851 y 1859, siendo desterrado, regresando con Vicuña Mackenna en 1862, gracias a la amnistía del nuevo presidente, José Joaquín Pérez Mascayano. De inmediato asume varias carteras ministeriales del gobierno. Ácido crítico de la conducción de la Guerra del Pacífico (era senador desde 1879), el Presidente Aníbal Pinto decide neutralizarlo nombrándole ministro de Relaciones Exteriores, Interior y Guerra. Preparó desde ese momento su ascenso a Presidente de la República.
Las frases de Santa María reflejan esa personalidad avasalladora.
Intervencionista consuetudinario. "Yo sé que he sido electo con intervención electoral, y no me importa, no me importa porque mi elección fue la mejor que se pudo hacer en Chile, a pesar de no haber sido correcta".
Político de la vieja escuela. “Se me ha llamado interventor. Lo soy. Pertenezco a la vieja escuela y si participo de la intervención es porque quiero un parlamento eficiente, disciplinado, que colabore en los afanes de bien público del gobierno. Tengo experiencias y sé a dónde voy”.
Sobre admiradores y contradictores. “Junto con Vicuña Mackenna, he sido uno de los hombres que ha levantado en Chile más admiradores incondicionales y los más fervorosos contradictores. Se me ha acusado de falta de línea, de doctrina, de versatilidad, de incoherencia en mis actos. Es cierto; he sido eso porque soy un hombre moderno y de sensibilidad, capaz de elevarme sobre las miserias del ambiente y sobreponerme a la política de círculo y de intrigas”.
Sobre sus conflictos con la Iglesia. “El haber laicizado las instituciones de mi país, algún día lo agradecerá mi patria. En esto no he procedido ni con el odio del fanático ni con el estrecho criterio de un anticlerical; he visto más alto y con mayor amplitud de miras. El grado de ilustración y de cultura a que ha llegado Chile, merecía que las conciencias de mis ciudadanos fueran libertadas de prejuicios medievales. He combatido a la iglesia, y más que a la iglesia a la secta conservadora, porque ella representa en Chile, lo mismo que el partido de los beatos y pechoños, la rémora más considerable para el progreso moral del país”.
La futura democracia. “Se me ha llamado autoritario. Entiendo el ejercicio del poder como una voluntad fuerte, directora, creadora del orden y de los deberes de la ciudadanía. Esta ciudadanía tiene mucho de inconsciente todavía y es necesario dirigirla a palos. Y esto que reconozco que en este asunto hemos avanzado más que cualquier país de América. Entregar las urnas al rotaje y a la canalla, a las pasiones insanas de los partidos, con el sufragio universal encima, es el suicidio del gobernante, y no me suicidaré por una quimera. Veo bien y me impondré para gobernar con lo mejor y apoyaré cuanta ley liberal se presente para preparar el terreno de una futura democracia. Oiga bien: futura democracia”.
Domingo Santa María González falleció en 1889, dos años antes de la guerra civil, cuando era Presidente José Manuel Balmaceda, su antiguo ministro.
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