sábado, 8 de diciembre de 2012

El Incendio del Templo de la Compañía.



Las alegrías y las tragedia de un pueblo se van cubriendo de olvido, y la única forma de mantenerlas vivas es recordándolas cada cierto tiempo. En medio de la locura ciudadana, que significa movilizarse por una ciudad cada vez más grande y congestionada, donde el ruido es tan habitual que ni siquiera nos damos cuenta, de pronto surge la necesidad de detenernos un instante, mirar los viejos muros de catedrales y palacios, redescubrir el sonido del agua cristalina de alguna fuente, y evocar las imágenes de un pasado que se resiste a desaparecer en el olvido.
Y para eso están estos encuentros con nuestra historia.
Y un tema que nunca debemos dejar de recordar ocurrió hace casi ciento cincuenta años en esta ciudad de Santiago. La tensión política y religiosa había ido en aumento a medida que surgían nuevos pensamientos, provenientes de las nuevas tendencias europeas.  Los antiguos liberales pasaban a ser conocidos como liberales radicalizados, o simplemente radicales. Y una sociedad aún colonial como la nuestra, donde la presencia de la iglesia era fuerte y dominante, necesariamente tenía que entrar en conflicto con las nuevas ideas revolucionarias de entonces.
Para qué hablar de esos ateos que habían traído sus locuras desde Francia, como Santiago Arcos y Francisco Bilbao. Imagínese usted, que ellos planteaban el predominio de la razón por sobre la fe, y las ya gastadas ideas de la revolución francesa, como esa fraternidad universal, esa igualdad como si todos fuéramos iguales… Y esas discusiones que llenaban las páginas de la prensa y los discursos desde los púlpitos y de las cámaras de diputados y senadores.
Ese era el ambiente en el país el año de 1863, cuando el país y el mundo entero se preparaban para celebrar el mes de María, dogma de reciente creación por la Iglesia de Roma.
El presbítero Ugarte, a cargo del viejo y mal mantenido templo de la Iglesia de la Compañía de Jesús enviaba, como lo venía haciendo desde hacía cinco años, las invitaciones para el cierre de las celebraciones.
Lo más extraño era el encabezamiento de la nota, donde se invitaba a la última celebración del mes de María. Última celebración del Mes de María, como si el mensaje hubiese sido escrito como una gran despedida, o como una feroz advertencia.
Y ese martes 8 de diciembre comenzaron a salir desde sus casas las familias completas para asistir e la gran misa de cierre en el Templo de la Compañía de Jesús.
Ese año 1863 había quedado marcado por la visita de una escuadra española a Valparaíso. Ni más ni menos que una gigantesca expedición científica había recorrido Brasil, Uruguay y Argentina, arribando al puerto de Valparaíso donde eran recibidos como los chilenos saben hacerlo con sus visitas importantes. Incluso, una impresionante recepción en el Teatro de la Victoria del puerto había congregado a toda la sociedad de aquella época.
Los gallardos oficiales españoles de los navíos de guerra habían establecido exquisitas relaciones con las bellas muchachas porteñas, y más de algún idilio imposible nacía con el lento mecer de las olas.
El comandante de la expedición, que más que científica parecía militar y de guerra, se llamaba don Luis Pinzón y descendía de aquellos navegantes que acompañaron al almirante Cristóbal Colón en el famoso descubrimiento de América, cerca de 350 años antes. Y como se sabía descendiente de famosos, miró con cierto desprecio a la concurrencia que se esforzaba, como siempre lo ha hecho, en ser lo más agradable y simpática con sus visitas. Y en su brindis dejó claramente establecida esta diferencia entre europeos y latinoamericanos.
Fue el ministro de Guerra, Manuel García, héroe de la guerra contra la Confederación perubolivina de 1839, quien le señaló al presidente José Joaquín Pérez lo extraño de esta expedición científica. Miren que venir científicos a bordo de naves de guerra, las más poderosas del mundo, sólo para estudiar la flora y fauna. Aquí había gato encerrado, insinuó el ministro. Y el tiempo le daría la razón.
Tal como lo decíamos antes, ese día martes 8 de diciembre de 1863 el Templo de la Compañía de Jesús se fue llenando lentamente de una masa de mujeres piadosas. Pero el templo ya no era como antes. El viejo edificio cargaba una historia de terremotos e incendios que habían desfigurado su rostro barroco. Y la última tragedia había ocurrido hacia poco tiempo, en 1841, cuando unos alumnos del Instituto Nacional habían amarrado una lechuza y luego de echarle parafina, le habían prendido fuego. El pobre pájaro,  aterrado, salió del patio del Instituto para meterse en la torre de la iglesia que estaba al lado, y que era la torre de la Iglesia de la Compañía. Como resultado, el templo ardió completamente. Peor aún,  la compañía de incendios que acudió al siniestro  no pudo hacer nada por el mal estado de las mangueras.
Ese 8 de diciembre der 1863 el edificio mostraba los últimos arreglos después del incendio. Solo que las puertas de salida habían quedado más estrechas,  y los amplios pasillos y naves habían sido arreglados para sostener al edificio, quitando cierta visual a las ceremonias.
Pero a medida que las personas iban entrando al edificio, sus rostros se iluminaban de emoción. El templo había sido decorado maravillosamente. Desde lo alto de la cúpula descendían guirnaldas de papel y cera primorosamente confeccionadas, uniendo las alturas con el altar y las columnas.
Los altares de los costados, que eran siete, estaban profusamente decorados con coronas de papel  encerado, y cientos de lámpara de parafina iluminaban el interior del magnífico templo.
Hasta hacía pocos días, los obreros en sus altos andamios habían estado terminando de pintar la claraboya del edificio y  las decoraciones tan destruidas por tanto terremoto y el último incendio.
Cuando eran ya las siete de la tarde de ese caluroso verano, la gente llenaba completamente las naves del templo.
Siete de la tarde del 8 de diciembre de 1863. Más de 2 mil personas se van ubicando en el interior del gran templo.  Los monaguillos han encendido las lámparas y el calor comienza a aumentar mientras las damas, hijas y sirvientas se van sentando en los choapinos que han traído desde sus casas. Por ahí se saludan las hermanas Clara y Dolores Gómez con las vecinas de la calle Dieciocho. Rafaela Garrido tiene 12 años, y pertenece a la congregación de las Hijas de María, un grupo de jovencitas que cuidan la tradición mariana. Mucho se habla de esa institución. Los pensadores más ateos acusan a las autoridades de estar influyendo en las pobre niñas, mientras las autoridades eclesiásticas defienden a ultranza el espíritu mariano.
Incluso existe un buzón de metal donde las niñas van colocando cartas dirigidas a la Virgen María.
8 de diciembre de 1863. ¿Qué pasaba en esos días en el mundo?
En Estados Unidos se encuentra en pleno desarrollo  la Guerra Civil con violentos enfrentamientos entre los ejércitos del norte y del sur. Ese  año se ha declarado en el sur el Acta de Emancipación que libera a los esclavos negros.
Ese mismo año, Francia invade México, que va a enfrentar con las armas la agresión. Los franceses bombardean Acapulco, y ponen sitio a la ciudad de Puebla. Finalmente, se apoderan de ciudad de México. Asume como emperador el príncipe austriaco Maximiliano.
Mientras, en Londres, se inauguraba el primer ferrocarril metropolitano, del que derivarán los famosos “metros” del mundo.
En Suiza, Henri Dunant funda la Cruz Roja, para ir en socorro de los soldados heridos en las guerras.
En septiembre, el gobierno de José Joaquín Pérez invita al Cuerpo de Bomberos de Valparaíso a participar de la gran parada militar de las Fiestas Patrias. Luego del desfile, las compañías porteñas realizan varios ejercicios de demostración en la Alameda de las Delicia. Detalle significativo, ya que en la capital no existe un servicio contra incendios voluntario, a pesar de los insistentes reclamos de la juventud.
8 de diciembre de3 1863 en Santiago de Chie. El templo de las Compañía de Jesús se va llenando de feligreses.
Muchas de las señoras que asistían esa tarde al templo recordaban que el año pasado, como era tradicional al terminar la misa, se celebraba una comunión general y se entregaban unas hojas impresas con la imagen de la virgen y un verso dedicado a la hermandad de las hijas de María. Era el quinto año de existencia de esa joven comunidad, y el año anterior se leía en el papel: recuerdo de la cuarta comunión de las Hijas de María.
En la hoja que se repartiría ese año 1863 venía escrito el siguiente texto. Recuerdo de la última comunión general de las hijas de María en el año 1863. Y todos esperaban con ansias el desarrollo de la misa, porque el presbítero Ugarte había anunciado que daría a conocer un gran secreto.
Faltando minutos para las siete de la tarde, y con la iglesia ya repleta de fervorosas familias, los monaguillos terminaron de encender las 7 mil luces. El fuerte calor inundaba las naves en los momentos en que el sacristán aplicó la llama a la media luna de vidrio que, llena de parafina, iluminaría la imagen de lo virgen María. Detrás del altar aún se podía oler la pintura fresca de un gigantesco lienzo al óleo que representaba a la madre de Jesús.
Fue en ese momento que surgió una alta llamarada desde la media luna, alcanzando las guirnaldas de papel y cera que se elevaban hacia la cúpula. Uno de los feligreses se sacó su chaqueta para apagar el principio de incendio, pero las chispas saltaron hacia todas partes prendiendo las coronas de papel encerado que se inflamaron por la alta temperatura ambiente. El grito de ¡Fuego! Aterró a los asistentes a la ceremonia. Y el pánico invadió los espíritus que hasta ese momento solo pensaban en disfrutar la ceremonia, y ahora de pronto solo pensaban en como escapar del infierno.
Un solo grito de terror se elevó desde el corazón del templo. Como en una tragedia planificada hasta en su último detalle, el fuego se expandió violentamente por el techo, bajando en columnas delgadas hacia las lámparas de parafina. En pocos segundos éstas estallaban dejando caer una cascada de fuego líquido sobre las aterrorizadas víctimas. Lentamente se iba formando una laguna de fuego que tragaba a las espantadas mujeres.
Sin posibilidades de salir, porque las puertas se bloquearon con los cuerpos que intentaban arrancar.
En la calle, solo dolor, impotencia, sin elementos para combatir el fuego y viendo cómo sus parientes eran devorados por las llamas frente a sus ojos.                                                                                     La más grande tragedia de la historia de Chile se desarrollaba frente a ellos.
Lo que siguió es mejor silenciarlo. Una hora duró el holocausto religioso, hasta que finalmente el gran campanario y la cúpula del templo se derrumbaron en un gemido final. Las campanas golpearon contra las piedras dando el último toque de la tragedia.
Fuera, en las calles, el silencio. Como petrificados, el presidente de la República, los ministros, los familiares, la policía y los héroes anónimos que habían luchado sin descanso intentando salvar a tantas víctimas, guardaron silencio.
Las calles se llenaron de hileras de cuerpos irreconocibles. Y al día siguiente ciento setenta y cuatro veces los carretones fueron llevando los restos hasta la gran fosa común abierta en el cementerio. Dos mil personas que fue imposible reconocer por sus parientes, fueron depositadas en medio del dolor de un pueblo que seguía sin despertar de la pesadilla que estaba viviendo.
Y vino la reacción y al grito de ¡demoler el templo! se inició el último acto de esa tragedia. Días más tarde, en la catedral de Santiago se realizaba la misa fúnebre de las dos mil doscientas víctimas. En la prensa la noticia llenaba páginas y páginas. Y en los diarios El Ferrocarril y La Voz de Chile apareció un pequeño aviso, de no más de tres centímetros por uno, en que el ciudadano José Luis Claro hacía un llamado a los jóvenes de la capital, para reunirse el día 14 de diciembre, a seis días de la tragedia, para formar una compañía de bomberos voluntarios.
La respuesta fue inmediata e impresionante. Cien, doscientos jóvenes llegaron hasta la oficina del señor Claro, solicitando incorporarse a la generosa idea. Y llegaban políticos destacados pertenecientes a todas las corrientes ideológicas, sacerdotes, mineros y empresarios, jornaleros y artesanos. Y fueron tantos, que se decidió citar a una nueva reunión para el día 20 de diciembre en los salones de la filarmónica. No una compañía sino un Cuerpo de Bomberos iba a nacer ese día.
Doce días habían pasado desde que la mayor catástrofe de nuestra historia arrebatara a más de dos mil víctimas, y ya la sociedad reaccionaba como un solo ser ante el llamado de José Luis Claro. Y se vio al ingeniero norteamericano Henry Meiggs, el mismo que recién inauguraba la construcción del ferrocarril entre Valparaíso y Santiago; más allá al padre del radicalismo, Guillermo  Matta, y sus hermanos, y sus correligionarios Ángel Custodio Gallo y muchos más, todos levantando la mano para solicitar un lugar en la nueva falange de voluntarios. Y estaban los comerciantes, los mineros, los dueños de empresas  y funcionarios de la compañía anglo-chilena de gas de Santiago, y la colonia francesa, y todos aportando dinero y voluntad para fundar el Cuerpo de Bomberos de Santiago.
Cuántos de ellos no habían perdido a parte de su familia. Si hasta el mismo intendente de la capital, Francisco Bascuñán Guerrero, había visto desaparecer a su hermana y sus sobrinas.
Fue un momento maravilloso donde el drama vivido abría espacio a la esperanza, a la verdadera solidaridad.
La prensa es el mejor espejo de una sociedad. Y junto a las interminables listas de víctimas identificadas, aparecían pequeños avisos que ofrecían ataúdes a menor precio, o se describía a una niñita rubia que buscaba a su familia, o el aviso anunciando casas que habían quedado absolutamente vacías después de la tragedia.                                                                                                        Del dolor a la esperanza.
Benjamín Vicuña Mackenna, ese monstruo creador de textos, recogía toda la información a la que podía acceder en esos días. Copiaba los artículos de la prensa, asistía a las reuniones de todas las comisiones que se formaron en esos días. Comisiones para recolectar fondos para socorrer a las víctimas, comisiones que recorrían los barrios solicitando ayuda. Vicuña Mackenna escribía día y noche. Y de su pluma febril nacía un nuevo libro, el Incendio del Templo de la Compañía de Jesús, que se publicaba impreso el día 28 de diciembre de 1863. En veinte días había escrito e impreso un libro con la más completa información del drama vivido por la ciudad.                                                                                                                                        ¡Veinte días!
Por algo, el poeta nicaragüense Rubén Darío dijo de él, que era el único genio que había producido América.
Ese día 20 de diciembre de 1863 se organizaban los ciudadanos en cuatro compañías de bomberos, tres de agua y una de guardias de propiedad. Y días después se sumaban los ingleses de la Compañía de Gas, encabezados por Adolfo Eastman, y formaban la primera compañía de ganchos, hachas y escalas, y diez días más tarde la colonia francesa sumaba dos nuevas compañías una de agua y otra de ganchos y escalas.  En un mes, la joven institución podía mostrar con orgullo sus primeras siete hijas.
Después de tanto dolor, la ciudad podía dormir tranquila, porque eran sus propios hijos los que iban a velar por sus hogares.
Un 8 de diciembre de 1863, la capital del país perdía a dos mil de sus almas. Siete años más tarde, el 8 de diciembre de 1870, el joven Cuerpo de Bomberos de Santiago entregaba su primera víctima, su primer mártir, a la misión asumida voluntariamente. En el incendio del Teatro Municipal entregaba su vida el joven italiano Germán Tenderini, cuando intentaba controlar el paso de las cañerías de gas, en medio de las llamas que consumían al teatro.
Todo eso ocurría un día 8 de diciembre, una fecha que no debemos olvidar, porque, tal como lo decíamos al inicio, las alegrías y las tragedias de un pueblo se van cubriendo de olvido, y la única forma de mantenerlas vivas es recordándolas cada cierto tiempo.

Gobernadores de Chile y otros


Gobernadores de Chile.

¿Se ha preguntado usted cuántos gobernantes hemos tenido en Chile desde que don Pedro de Valdivia se instalara en el valle de Mapocho hasta nuestros días?
¿100?, ¿200?, ¿300?.... No es fácil, así es que le vamos a dar una mano.
En 160 oportunidades hemos tenido a un gobernante de la capitanía general y más tarde República de Chile. 160 gobernantes ha tenido Chile a lo largo de su historia.  Ahora bien, algunos son famosos y otros absolutamente desconocidos. Entre los primeros, Pedro de Valdivia, Rodrigo de Quiroga, Francisco de Villagra y García Hurtado de Mendoza. Absolutamente reconocidos por ser los personajes de la conquista española. Y con Hurtado de Mendoza se iniciaba la colonia.
Fácil. Y sabemos que el último gobernador español colonial fue don Francisco Antonio García Carrasco en 1810, cuando le entregó el mando a don Mateo de Toro y Zambrano, quien, de gobernador colonial pasó a ser presidente de la primera junta de gobierno ese mismo año 1810.
Pero hay algunos que ni siquiera imaginamos que algún día fueron gobernadores de nuestro país.
Y para entretener esta conversación, vamos a recordar a algunos de esos personajes que pasaron, sin pena ni gloria, por el palacio de los gobernadores de Chile.

Don Diego González Montero y Justiniano.

Les voy a contar la breve historia del aun más breve gobierno de don Diego González Montero y Justiniano, que alcanzó el más alto título en dos oportunidades pero solo en forma interina. El bueno de don Diego González Montero y Justiniano había nacido en Chile en 1588, y su madre se llamaba Ginebra Justiniano, pero no tenemos antecedente alguno que el nombre de mamá, Ginebra,  haya influido en los gustos del muchacho.
Cuando don Alonso de Ribera, uno de los gobernadores militares más famosos de la colonia, se hizo cargo del mando, nombró a nuestro don Diego González Montero y Justiniano ni más ni menos que alguacil mayor el día 17 de febrero de 1605.
Por fin un título para mostrar a la familia.
Ahora, no sabemos si le mostró su título a su primera señora o a la segunda, ya que el sufrido  don Diego González Montero y Justiniano casó en primeras nupcias con doña María Clara de Loaiza, y en segundas nupcias con doña Ana del Águila Sarmiento, que no lo sabemos, pero que con esos apellidos debe haber controlado al bueno de don Diego y que debió morir anciana por su segundo apellido.
Un año más tarde el nuevo gobernador lo nombraba capitán de caballería, y más tarde, capitán de infantería hasta llegar a maestre de campo en 1625. Hasta aquí, todo bien. Incluso fue nombrado gobernador interino en caso de muerte del gobernador titular. Y cuando en 1662 falleció el gobernador Pedro Porter y Casanate, todos miraron a don Diego González Montero y Justiniano y fue nombrado gobernador interino.
Pero la alegría le duró apenas desde febrero a mayo de 1662, cuando llegó el nuevo gobernador don Ángel Peredo.
Pero, como todo buen afán tiene siempre recompensa, ocho años más tarde fallecía el gobernador de esos días, don Diego Ávila Coello Pacheco, marqués de Navamorquende, y nuestro buen Diego González Montero y Justiniano asumió como gobernador interino, mientras llegaba el nuevo gobernador en propiedad.
Pero nuestro sufrido personaje estaba enfermo, entregando el mando militar a su hijo. Pero alcanzó a estar como gobernador interino desde febrero hasta octubre, cuando llegó el propietario don Juan Henríquez de las Casas.
Pero hay un dato que podemos destacar en la oscura existencia de nuestro personaje: fue el primer chileno que fue presidente de la Real Audiencia, gobernador y capitán general en una época en que todos eran españoles.
Y merece todo nuestro respeto.
El eterno gobernador interino falleció en 1673, a la avanzada edad de 85 años.

Don Pedro de Vizcarra.

Recuerdos de nuestros gobernadores, los más desconocidos, aquellos que usted, de seguro, nunca había escuchado, como es el caso de don Pedro de Vizcarra. Este abogado había nacido en España, y las crónicas no han conservado no siquiera el año que nació ni el año en que murió.
Sabemos que fue abogado, que viajó a América en función de legislador para administrar las riquezas que se sacaban sin descanso a los pobre indígenas, y que anduvo por Nicaragua, donde casó con la señorita María Arias Riquel, para después meterse en litigios legales y militares en Quito y en Lima, hasta que lo mandan a Chile en 1590. Esa fecha la tenemos al menos de seguro.
Llevaba solo un día cuando el gobernador Alonso de Sotomayor lo deja al mando del gobierno. Sin duda, la carrera administrativa más rápida de la historia americana.
Dos meses más tarde llegaba el nuevo gobernador, el desgraciado y desventurado Martín Óñez de Loyola, ni más ni menos que sobrino del fundador de la orden de los jesuitas.
El nuevo gobernador llegó en 1592 y ocho años más tarde moría combatiendo con los mapuches, en el terrible desastre de Curalaba.
Y nuestro abogado asumía interinamente el cargo de gobernador, arrasando los campamentos mapuches y dando un duro golpe a los alzamientos indígenas. Hasta que llegó el nuevo gobernador y dejó el cargo.
La vida de este abogado convertido en militar y gobernador se habría perdido en las penumbras del olvido si no fuera porque siendo juez le tocó procesar al tío de la Quintrala, el capitán Juan Rodulfo Lisperger.
Y nunca más supimos de él.
Mientras en nuestro territorio luchaban los conquistadores españoles con los mapuches, en el resto del mundo las cosas no andaban muy tranquilas.
Si algo caracteriza a esos años que van desde los 1500 a los 1600 son las permanentes guerras religiosas. En Francia se enfrentan católicos y hugonotes, incluyendo una noche de terror como lo fue la Noche de San Bartolomé, en la que solo en París fueron asesinados 2.000 protestantes y otros 10.000 más en provincias.
En los Países Bajos estallaba otra guerra religiosa, donde los reyes católicos intentan imponer su religión a belgas y holandeses. Los ingleses apoyan a los protestantes atacando las naves españolas que llegan desde la Indias. Son los tiempos del corsario Francis Drake.
El imperio turco está en plena expansión y solo va a ser detenido en la batalla de Lepanto, en pleno mar Mediterráneo en 1571. En esa batalla estuvo don Miguel de Cervantes y Saavedra, el autor del Quijote de la Mancha y conocido desde entonces como “el manco de Lepanto”.
Y en Chile, estábamos en plena guerra de Arauco, que va a durar más de trescientos años.
Como vemos, las historias y los personajes se van entretejiendo para  mostrarnos un tapiz más amplio y completo de una época.

1571.

Si decimos 1571, recordamos la batalla naval de Lepanto.
¿Qué otras cosas ocurrían ese año?
Varios nacimientos ilustres:
Nace el escritor español Tirso de Molina, nace el pintor Michelangelo Merisi de Caravaggio, más conocido como il Caravaggio, y el gran astrónomo Johannes Képler.
Como ve, fue un año muy destacado en nuestra historia universal.
Qué de cosas han pasado en estos doscientos años de país independientes y en estos 13 mil años de presencia humana en nuestro territorio. En el año 2013 se van a recordar los ciento cincuenta años de la fundación del cuerpo de bomberos de Santiago. Y habrá muchas actividades relacionadas con tan importante fecha. Y recordaremos los dramáticos hechos que dieron vida a los bomberos de la capital, a sus personajes más destacados.

Y a propósito, grandes personajes de nuestra historia y de nuestra cultura fueron bomberos.
Por nombrar a algunos, don Valentín Letelier, don Fermín Vivaceta, don Enrique MacIver, el presidente don Pedro Montt, el presidente don Aníbal Pinto, el ministro don Antonio Varas, el constructor de ferrocarriles don Enrique Meiggs, grandes políticos radicales como los hermanos Matta y los hermanos Gallo, y cientos  y miles más de chilenos y extranjeros que han pasado por las filas de la institución favorita de los chilenos, los cuerpos de bomberos voluntarios del país.

Recuerdos de José Zapiola

¿Se acuerda de José Zapiola? “Cantemos la gloria del himno triunfal que el pueblo chileno obtuvo en Yungay...” ¿Se acuerda de haber cantado esta canción en el colegio? No sabe cuánto me alegro, porque ahora simplemente no se canta, y nada la conoce. Una lástima.
Pero, volvamos Zapiola y sus recuerdos de treinta años. En uno de sus textos anota: “San Bruno (se refiere al temido capitán de los Talaveras durante la Reconquista), San Bruno, años de 1815 y 1816, había dado a lo que entonces podía llamarse policía de seguridad, esa forma odiosa y a veces burlona que ha pasado con horror hasta estos tiempos”. Y agrega Zapiola que al ingresar las tropas españolas a Santiago, después de la victoria de Rancagua en 1814, la ciudad estaba completamente embanderada con los colores de España.
¿De dónde salieron esas banderas?
Y eran banderas nuevas, porque antes de 1810 nadie ponía banderas en las casas. Pero nuestro previsor pueblo las tenía guardadas, por si acaso.
Y un dato que no deja de llamar la atención cuando pensamos en la mentalidad de nuestros conciudadanos.  El día de la batalla de Maipú, es decir, el 5 de abril de 1818, las tropas realistas recibieron desde Santiago y de regalo, pan caliente antes de entrar en combate, mientras que las fuerzas patriotas un poco de pan frío.
Así se escribe la Historia, esa historia chiquitita pera tan significativa.

¿Compró ya los “Recuerdo de Treinta Años” de José Zapiola?
Este brillante músico había nacido en 1802, sin conocer a su padre, Bonifacio Zapiola, que nunca se casó con su madre Carmen Cortez. Y eso lo colocó de inmediato en la segunda fila de la escala social de aquel entonces.
Cuenta el propio Zapiola que el primer día en llegar a clases fue incluido en la primera sección. En esa época había una primera sección para la gente de bien y una segunda sección para los más pobres. Y lo colocaron en la primera sección porque llegó muy bien vestido y con medias blancas. Pero muy pronto, descubierta su realidad, lo destinaban a la segunda sección, pasando así su primera vergüenza social.
Y al terminar sus estudios entró como aprendiz de un viejo joyero para iniciar así un oficio. Nunca aprendió, pero se entretenía tocando instrumentos, e imitando las trompetas de los talaveras que dominaban las calles de Santiago durante la Reconquista española, y más tarde a los músicos del ejército libertador.
Y así se inició en la música, convirtiéndose en uno de los mejores exponentes de la cultura musical chilena.

Los conquistadores.

¿Se imaginan cómo serían esos días en que un puñado de conquistadores se internaba por gigantescos desiertos, con sus petos metálicos amarrados a la montura, descubriendo con sus ojos europeos los inmensos territorios del nuevo mundo?
Acostumbrados a llevar una vida de carencias en su tierra natal, de la que arrancaban para encontrar fortuna en el nuevo continente descubierto hacía tan poco por Cristóbal Colón, de pronto un golpe de suerte los convertía en grandes señores, con cientos de aborígenes de su propiedad, pero con la mano siempre cerca de la empuñadura de su espada. Riqueza y peligro dormían siempre juntos en su sueño de conquistador.
Algunos de los acompañantes de Valdivia se internaron con él al sur, siempre al sur, recorriendo cordilleras nevadas, desiertos y selvas en un permanente avanzar. Al final de la mirada, el oro, la mágica respuesta a tantas privaciones. Y se imaginaba regresando a España, vestido de gran señor, luego de hacerse la América.

La expedición militar más grande de la historia de la conquista la encabezó el adelantado don Diego de Almagro, cuando avanzó a Chile en 1535.
Imagine lo que era encabezar una expedición con 500 soldados, 100 esclavos negros y 10 mil indios yanaconas. Más que una ejército, una invasión.
Y al frente, Almagro, que nunca aprendió a leer ni a escribir, hijo ilegítimo, sin apellido, por lo que llevaba el que describía su lugar de nacimiento: Almagro. Tuerto por una flecha que el hirió en su conquista del imperio incásico, y rumiando la rabia por los títulos que Pizarro había obtenido del propio rey de España, relegándole a un papel segundón en la Historia de la Conquista.
En 1536 descubría Chile.
Y en 1537, frustrado, sin haber encontrado el oro soñado, en la más absoluta miseria luego de haber invertido toda su riqueza en la expedición, regresaba al Perú donde poco después encontraría la muerte horrorosa en el garrote, a manos de sus enemigos, los hermanos  Pizarro.
Así de fuerte, así de brutal fue esa época donde comenzaba a gestarse la raza latinoamericana.
Pocos españoles regresaron a su patria. Convertidos de pronto en dueños, terratenientes y encomenderos, con cientos de hectáreas de su propiedad y cientos de indios a su servicio, nada de esto se podía comparar a las tierras áridas y secas de la meseta castellana de la que habían salido en búsqueda del oro.

Historias de Terremotos.

Un recuerdo del terremoto de 1906. Fue un sismo terrible que destruyó Valparaíso y parte de Santiago. Cuentan las crónica de Alfonso Calderón que el Teatro Municipal de Santiago comenzó a quebrarse en medio del movimiento terrestre, y el público salía corriendo horrorizado hacia la Alameda. Esa noche se estaba presentando la ópera Tosca, con el maestro Armani, Paoli, la Agostinelli, Amelia Pinto y Nicoletti.
Cantantes y público corrían desesperados por las calles buscando u n lugar amplio, como la Alameda, y siguieron corriendo hasta tirarse de rodillas frente a la iglesia de San Francisco, pidiendo confesión y perdón.

Tan dramático como ese terremoto lo había sido el de 1647, conocido como el terremoto del señor de Mayo, y que tuvo como protagonistas principales al obispo Gaspar de Villarroel y la famosa Quintrala, doña Catalina de los Ríos y Lisperguer.
Si anda por Santiago, vaya al templo de San Agustín, y visite al Cristo de la Agonía. Es el mismo que fue testigo del terremoto de 1647, y podrá ver cómo la corona de espinas rodea el cuello de la imagen, sin ser posible subirla y colocarla en la frente, como estaba originalmente dispuesta antes de resbalar con el terremoto.

Los terremotos son, para muchos devotos, un castigo divino, algo así como el fuego sagrado que destruyó Sodoma y Gomorra.
Hubo un terremoto en los tiempos de nuestra independencia al que la aterrada población acusó como responsable al mismísimo director Supremo Bernardo O’Higgins.
Fue la noche del 19 de noviembre de 1822.
Solo digamos que esa noche fue de terror, con el mar que atacó en varias oportunidades al destruido puerto de Valparaíso, que el propio O’Higgins debió ser sacado del palacio de gobierno que se caía a pedazos, y que el cielo había sido cruzado por una luz aterradora.
El responsable fue, para los fanáticos, un castigo porque O’Higgins había creado el cementerio general, entre otras impiedades.
Cosas curiosas y recordables de nuestra Historia. 

lunes, 20 de agosto de 2012

Despedida de Alberto

Me han pedido que publique mis palabras de despedida en los funerales de Alberto el día Catorce.
Y estas fueron:

Querido hermano, único hermano y compañero de toda mi vida.

¿Te acuerdas cuando, siendo niños, nos dividimos la Historia del Mundo? Yo, hasta los griegos. Tú, desde los romanos en adelante. Yo, el renacimiento. Tú, las guerras napoleónicas.

¿Y de las maquetas de las grandes batallas que fabricábamos con alfileres, plastecina y esmalte, y que años después fueron los dioramas que se exhiben en nuestros grandes museos militares?
Siendo estudiantes del colegio, corríamos al sonar las sirenas de incendio para admirar a esos héroes que recortaban sus negras siluetas contra el telón de llamas naranjas.

Quisimos ser bomberos y fuimos bomberos. Tú primero, yo después.

Sin imaginarlo entonces, fuiste el brillante Secretario General del Cuerpo por nueve años. Y yo siempre a tu lado, cuando creabas la revista 1863 o el Museo de los Bomberos.

En el año 1987, en el centenario de la tragedia de  los mártires Johnson y Ramírez, una nueva tragedia se estaba gestando en el interior de nuestra compañía de entonces.

Pocos podrán comprender el dolor del exilio de Alberto y tantos otros.
Fuiste un proscrito por más de dos décadas.
Pero, ante nuestra insistencia, golpeaste la mejor puerta de los bomberos, tu querida Catorce, la de tu amigo y compadre Felipe Dawes. Y esas puertas se abrieron de par en par para recibirte de pie en medio de los aplausos.
Fue tu noche inolvidable. Volvías a ser feliz.

Y cuando vivías el mejor momento de tu vida.
Cuando la catorce te elegía secretario a un año de ingresar.
Cuando preparábamos las maletas para el sueño más ansiado: ir juntos a Londres,
la noche del sábado enfrió tu aliento para siempre.

Pienso que los grandes dolores de tu vida no te dieron permiso para disfrutar la felicidad.
Y en un acto de rabia feroz, te silenció para siempre.

Pero hiciste tanto en esta vida, que el recuerdo de cada uno de ellos te mantendrá siempre vivo entre nosotros.

Si te vas preocupado, porque faltó terminar tantos trabajos por ti iniciados, te digo aquí que nuestros hijos y yo hemos tomado el desafío de cumplir la tarea que has dejado inconclusa.

Lo que me da más rabia en este instante es el vacío que me dejas, compañero de tantas ideas, porque te llevas la mitad de mí.

My one and only brother, my life partner, for all you have done, you can rest in peace.
Farewell, dear Albert.



viernes, 17 de agosto de 2012

Adiós, hermano querido.



Alberto Márquez Allison

Cuando se fue de mi casa la noche del sábado iba sonriendo. Durante más de cuatro horas habíamos estructurado el libro para los 150 años de los bomberos de Santiago, ordenado el cierre del libro sobre Historia de los Uniformes Militares  y nos habíamos dado tiempo para definir nuestro itinerario en Londres. Veía su cara radiante, como imaginando cumplir el sueño de tantos años. Ir los dos hermanos, por primera vez juntos, caminando por las calles de Londres. Es una justa recompensa a nuestro esfuerzo, me señalaba entre los cafés con queques (tradición de cada sábado), y el plato de tallarines con huevos que le ofrecía, fórmula no muy creativa de mi despensa semanal.
Alberto era un soñador y un realizador. Habíamos compartido la Historia asumiendo cada uno una parte de ella; habíamos entrado como bomberos, alcanzando cada cual destacados cargos. Fuimos a los mismos colegios, y tras dar nuestros bachilleratos, entraba en la escuela de derecho de la Chile y yo en la de periodismo. Siempre tres años después de él.
Siempre estuvimos juntos, en las buenas y en las malas. Se le ocurría hacer un diorama para un museo, y ahí estábamos todos pintando figuras, haciendo los terrenos, siempre a escala metódica, con un bagaje de información que entregaba a torrentes.  Cuando escribí la novela histórica “Fuego” leyó las quinientas páginas en tres días y me señaló las principales correcciones. Cuando quería descansar me decía “vámonos a Viña” y caminábamos por los recuerdos de nuestra infancia en el Cerro Alegre.
Tuvo momentos ingratos, humillantes para muchos (cada cual sabe a qué me refiero), y siempre salió adelante. Era un caballero de armadura frágil, siempre atento, siempre preocupado de los demás, siempre tratándome como a su hermano chico.
En el largo dolor que siguió a su separación de los bomberos y del ejército, guardó silencio. Y una vez más se levantó.
La muerte de Cristina, su esposa, fue el golpe más fuerte de su vida. Y salió adelante. Su ingreso a la Catorce, fue la recompensa magnífica a tanta postergación y mentira que se tejió en su contra. La Catorce dio un ejemplo que vale la pena conocer. Cuando  de propuso el nombre de Alberto para incorporarse a la Catorce, no tuvo voto alguno en contra. Y fue recibido con una ovación, con la compañía de pie. Y justo al cumplir un año de servicio, fue electo Secretario con un solo voto en blanco, el de él.
Ha sido una de las figuras más destacadas del Cuerpo de Bomberos de Santiago, un erudito en Historia Militar, un académico de primer nivel, creador de Museos, revistas, libros, conferencista, padre-madre de sus cinco hijos por largos años y un amigo cercano de los jóvenes voluntarios de la Compañía.
¡Qué no fue Alberto! Como diría Rubén Darío.
Lo más importante para mí, es que fue mi hermano, mi socio en cuanta aventura se le ocurrió. Por eso, al despedirle en el cementerio el martes 14, ¡Catorce! en medio de bandas militares, gaiteros, descargas de fusil y campanadas de la bomba, sentí que perdía la mitad de mi.
Seguramente ya estás conversando con nuestro amigo Felipe Dawes, con quien compartiste tantos proyectos y tan hermosa amistad.
Gracias Alberto, por todo lo que fuiste y por la inmensa obra que dejaste.

lunes, 4 de junio de 2012

1812. El año de José Miguel Carrera.


El bicentenario de nuestra independencia nace, a no dudarlo, con la proclamación de la Primera Junta Nacional de Gobierno, el 18 de septiembre de 1810.  Pero, al parecer, son muy pocos los que recuerdan que la lucha por ser libres y constituir una nación continuó sin descanso por más de una década.

Este año 2012 deberíamos volcar nuestra mirada nuevamente al pasado, doscientos años atrás. Luego de la gesta juntista del año 10, la vorágine de los acontecimientos se va acelerando en la medida que nuevos hechos y circunstancias van modificando el sueño colonial, convertido ahora en una pesadilla para los realistas que a regañadientes habían aceptado la reunión del 18 de septiembre.

En julio de 1811 emergía la figura tan enigmática como decidida de Martínez de Rozas. Y a él le había tocado enfrentar el primer intento golpista de los seguidores del rey. Un coronel español de romántica existencia había pasado de prisionero en los castillos de Valdivia a comandante militar, cercano a Rozas, tan cercano que cuando éste viaja a Santiago desde Concepción para asumir sus altas funciones de Estado, don Tomás de Figueroa le acompaña hasta la capital.

Pero el destino le preparaba una trampa histórica. Incitado por los almidonados oidores de la Real Audiencia, levanta las tropas realistas el mismo día en que se deberían realizar las elecciones de nuestro primer congreso nacional. Y ese día 1° de abril de 1811 la Plaza de Armas veía el primer combate de lo que serían las guerras por la independencia. Derrotado, busca apoyo en los cerrados y sordos portones de la Real Audiencia. Perseguido, camina hasta el convento de las Monjitas, que tampoco auxilian al desventurado aventurero, que entonces se dirige hacia el templo de Santo Domingo. Y allí encuentra un vergonzoso refugio bajo el camastro de un fraile amigo. Poco después era traicionado, detenido y juzgado. Esa misma noche, el coronel don Tomás de Figueroa era fusilado en la cárcel pública, luego de  rechazar la absolución que le tendía el fraile de la orden de la Buena Muerte, Camilo Henríquez.

Rozas asumía la dirección del movimiento, pero las fracciones moderadas y rebeldes se van a enfrentar en el nuevo congreso, en momentos en que llegaba a Chile el sargento mayor de Húsares de Galicia, José Miguel Carrera.
Tras un golpe de estado apoya a la casa otomana, el poderoso clan de los Larraín, donde militaban las más destacadas personalidades de ese momento. Pero es dejado de lado por la soberbia de los nuevos dueños del poder. No conocían que la humillación de Carrera podía ser más peligrosa que un asalto realista. Y poco después, en noviembre, José Miguel Carrera se convertía en jefe absoluto de los destinos de Chile.
Comenzaba un nuevo estilo de gobierno ejecutivo. Por eso, al mirar por un instante doscientos años atrás, podemos imaginar al primer general en jefe del ejército patriota hacer surgir de su amplia frente las ideas que consoliden la profesión de fe independentista.

Hace doscientos años nace la primera imprenta nacional, y encarga a Camilo Henríquez la dirección del primer periódico que tuvo el país: la Aurora de Chile. Abre el país al mundo, llegando el primer cónsul extranjero, el norteamericano Joel Robert Poinset. Sabe que toda idea nueva requiere símbolos, y crea la primera bandera nacional, el primer escudo nacional, reorganiza el ejército, crea los Húsares de la Gran Guardia, y junto a otros preclaros estadistas nace el Instituto Nacional, la biblioteca, la academia de jóvenes cadetes para formar a los futuros oficiales del ejército, y el primer Ensayo Constitucional de Chile, donde marca a fuego que no existe país que pueda dictar leyes en nuestro territorio.

José Miguel, Javiera, Juan José y Luis son los rostros de una nueva época. Y junto a ellos, el legendario Manuel Rodríguez, que en esos años pasa de abogado a procurador de la ciudad y luego a secretario de estado. Todo en medio de la urgencia de construir una patria en medio de la resistencia y pusilanimidad de muchos. Las mentes más claras y decididas, como O’Higgins, Mackenna y otros pocos, se suman, no sin cierta reticencia, a la vorágine que impulsa el hombre que ha conquistado sus laureles en las guerras contra Napoleón en España.
Por eso, 1812 es el año de José Miguel Carrera. “Libertad en nuestra tierra, sin reyes y sin tiranos” como lo inmortalizó Neruda.

El nuevo cauce revolucionario solo vivirá un año. En 1813 el virrey del Perú, el “argos de cien ojos”, resuelve cortar tanta insolencia y envía la primera expedición militar para aplastar el movimiento.
Por ahora, miremos a doscientos años atrás, imaginemos al joven húsar montado en corcel por las polvorientas calles del Santiago colonial, sonriéndonos a la distancia. Chile era libre y eso era ya el primer gran paso de una nación que comenzaba recién a nacer. Quizás si el lema “después de las tinieblas la luz” que marcó nuestro primer escudo nacional tenga más sentido, o quizás si era un presentimiento.
Después de su dramática muerte, mucho tiempo después, volvería el país a reconocerlo como  Padre de la Patria.


martes, 14 de febrero de 2012

El Padre de la Buena Muerte.

El 13 de febrero recién pasado recordamos los doscientos años de la publicación de la Aurora  de Chile.  De inmediato se nos viene a la mente el nombre del sacerdote Camilo Henríquez, alma del periodismo chileno. El mundo estaba en pleno proceso de profundos cambios. España invadida por Napoleón; proclamaciones de juntas de gobierno en varias naciones latinoamericanas, verdadero  preludio del proceso de emancipación; empoderamiento del virrey Abascal en Perú, como defensor de la monarquía hispana; crisis política, guerras europeas, amanecer de una nueva época.
Chile ha vivido a partir de 1810 su propio proceso, primero con el triunfo del Cabildo sobre la Real Audiencia y la proclamación de la primera junta de gobierno en septiembre. Un año más tarde se inauguraba el primer Congreso Nacional, pero aparecía esa centella de energía que era don José Miguel Carrera, y en asonadas propias de esos días donde las ideas se enfrentaban con gritos o en la punta de las bayoneta, creaba una bandera nacional, un escudo y un ensayo de constitución. Y eso requería crear opinión pública y será el cura de la Buena Muerte, llegado a Chile tras ser procesado en Lima por la Inquisición, quien asumirá la fecunda tarea de informar a la gente lo que estaba ocurriendo en el país y en el mundo. El 13 de febrero de 1812 nacía “La Aurora de Chile” desde las prensas de Mateo Arnoldo Hoevel.
¿Quién era ese sacerdote revolucionario que de inmediato destacaba entre sus pares por su ilustración?  Rastreando en su pasado familiar sabemos que su abuelo fue el militar español Pedro Henríquez, quien llega a Chile a principios del siglo dieciocho a la ciudad de Valdivia. Eran días de guerra contra los corsarios ingleses, y los fuertes de Corral necesitaban más soldados. Llegado muy joven casa con una señora de apellido Carrión, naciendo de este matrimonio varios hijos, entre ellos don Pedro, don Gregorio y don Félix Henríquez, quienes van a seguir la carrera de las armas en las fortalezas de Valdivia. El joven Félix Henríquez casa con la valdiviana Rosa González, hija del regidor don José María González.
De este matrimonio nacerá Camilo Henríquez González, padre del periodismo chileno. Y tiene dos hermanos más, don José Manuel y doña Melchora. José Manuel se integra al ejército patriota y muere defendiendo la plaza de Rancagua el 1 de octubre de 1814.
No es este el momento de relatar la vida del joven Camilo Henríquez, sus dificultades económicas para completar sus estudios, la providencial ayuda de su tío en Lima, fray Nicasio González, de la Orden de la Buena Muerte, quien lo manda a buscar. Allí quedará impresionado por el pensamiento de avanzada del rector de la orden, el padre Isidoro de Celis.
Como antecedente recordemos que la orden de la Buena Muerte debía su nombre a la misión de preparar a los moribundos  para su viaje al más allá. Fue en Lima donde Camilo entró en contacto con las cultas familias criollas, que leían con ávido entusiasmo los nuevos libros que llegaban desde Europa. Llevaba ya veinte años en Lima cuando es detenido por la Inquisición. Una denuncia contra el Conde de Vista Florida don José de Baquíjano por tener en su casa un biblioteca con libros prohibidos por el Santo Oficio y la autoridad española, termina con la prisión contra varios contertulios del conde, entre ellos nuestro buen Camilo. Más de medio año lo pasó en las cárceles inquisitoriales saliendo en enero de 1810, gracias a los buenos oficios de sus compañeros de orden. De ahí, es enviado a Quito junto al obispo ecuatoriano José Cuero y Caicedo, reconocido por sus ideas liberales y patriotas. 
Fray Melchor Martínez, quien escribiera sus memorias de Chile por orden de su Majestad, luego del triunfo realista en Rancagua, señala que nuestro Camilo Henríquez “había sido apóstol y secuaz de la doctrina de la independencia, y que después de haberla propagado y revolucionado en Quito, se hallaba activando la de Chile”.
Camilo deja Quito, regresa a Lima y pide su traslado al Alto Perú, llegando hasta el puerto peruano de Piura. Pero cae seriamente enfermo como consecuencia de las privaciones vividas en la cárcel. Y está ahí, en Piura, reponiéndose, cuando arriba un barco proveniente de Valparaíso, y trayendo la noticia que en Chile se ha instalado  la Primera Junta de Gobierno en septiembre. Sin pensarlo dos veces, se embarca en la misma nave y regresa a Chile.
El resto de esta historia la recordarán en estos días en que su cumple el bicentenario de la publicación de “La Aurora de Chile”, la obra maestra de Camilo Henríquez.

domingo, 1 de enero de 2012

El trágico Año Nuevo de 1953

Cada año, al despedir la última noche de Diciembre en el puerto de Valparaíso, se lanzan cientos de fuegos artificiales que maravillan a quienes concurren para verlos. Para los bomberos, cada año nuevo  tal espectáculo pirotécnico evoca la mayor tragedia que afectara a los bomberos de Chile a lo largo de su más que centenaria historia.

La noche del año nuevo de 1952 para el 1953, era una de las primeras ocasiones en que se usaban esos elementos; uno de esos fuegos de artificio, al parecer un volador, cayó en medio de las maderas de la barraca Schulze, ubicada en la Avenida Brasil 2069 al llegar a la calle Freire, en el sector Almendral. Cerca de las 02.10 de la madrugada del primero de enero de 1953, las sirenas de alarma del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso rasgaron el aire con sus lastimeros  sonidos llamando a los voluntarios del puerto a cumplir con su deber. En la época, la Central de Alarmas se ubicaba en los altos del edificio que albergaba a los cuarteles de la Cuarta, Quinta y Novena compañías en las esquinas de venida Brasil y Freire, por lo que fue la propia operadora de turno la que vio las llamas y dio la alarma de incendio.

El incendio se había propagada con rapidez y comprometido gran parte de la manzana entre Avenida Brasil por el oriente, Rodríguez por el sur, calle Blanco por el poniente y Freire por el norte. Las primeras máquinas en acudir fueron las de las compañías Cuarta, Quinta y Novena, por estar inmediatas al lugar del incendio.
Segundo Comandante José Serey
El trabajo se organizó bajo el mando del primer comandante  Ernesto Budge, para controlar el fuego tanto en el lado de Brasil, como en el sector poniente de calle Blanco 2064, donde su ubicaban diversas dependencias de la Dirección de Vialidad, sector a la que el incendio se había propagado.

Gradualmente el fuego fue dominado, y se dispuso la retirada de las compañías Primera, Segunda, Tercera, Cuarta y Quinta, quedando las restantes para las operaciones de remoción de escombros. Para ello, personal de la Undécima y Octava, que habían protegido el costado de la calle Blanco, junto a la Sexta y Décima,  iniciaron su trabajo en el sector de las instalaciones de la Dirección de Caminos (actual Direc), bajo el mando del Segundo Comandante José Serey. Lo que el personal que trabajaba en los patios del depósito de Vialidad ignoraba, era el almacenaje  de dinamita, pólvora, fulminantes, tambores de petróleo, parafina y bencina en dicho lugar. Cabe señalar que Bomberos no había sido informado de la existencia de tales elementos, ni antes ni durante las labores de extinción, por lo cual el personal trabajaba ajeno al peligro que acechaba mientras los escombros eran removidos.

Siendo las 03.04 de la madrugada, una impresionante explosión sorprendió al personal que allí trabajaba. Tambores, escombros, calaminas y otros fueron lanzados como letales proyectiles contra el personal de bomberos y las personas que presenciaban el incendio, especialmente desde los jardines de la avenida Brasil, alcanzando incluso a otros a varias cuadras de distancia. Se estima en no menos de cincuenta las víctimas fatales y en 350 los heridos, muchos de gravedad.
El personal de las compañías Sexta, Octava, Décima y Undécima que trabajaba en el sector, que fue el más afectado, perdiendo esa noche y en los días siguientes, a  35 de los suyos, incluyendo al Segundo Comandante don José Serey.
A esta lista se sumó el maquinista de la Séptima Compañía, voluntario Rufino Rodrigo, que trabajaba al lado de su máquina, la antigua y poderosa Ahrens-Fox, víctima de uno de los elementos que volaron en todas direcciones como resultado de la explosión.
Junto a los bomberos, cayó igualmente el mayor de Carabineros  Raúl Albornoz Echiburu, Jefe de Ronda esa noche y que estaba a cargo de los servicios policiales. Gravemente quemado y a pesar de los esfuerzos que se hicieron, incluyendo su envío a Estados Unidos, falleció  en el hospital Walter Reed. Su nombre está inscrito junto a los bomberos caídos esa noche en el monumento a los mártires de la Institución.
La explosión devastó el sector. Parecía que había sido sometido a un bombardeo. Las fotos de la época muestras fachadas agrietadas, muros colapsados y el material mayor seriamente dañado. Los cuarteles de las compañías Cuarta, Quinta y Novena, ubicados al frente del lugar de la explosión, resultaron seriamente dañados y debieron ser demolidos. Las crónicas de la época señalan que la explosión iluminó Valparaíso e hizo temblar los edificios de Viña del Mar, dejando a la vez una estela de destrucción en varias cuadras a la redonda.

Tengo un recuerdo de infancia que evoco al escribir estas líneas. Esa noche de Año Nuevo celebramos en casa junto a mis padres y mi hermano Antonio y al parecer, se nos olvido apagar la radio al irnos a acostar. Ello porque me desperté muy temprano con la grave voz del locutor que daba las  noticias que desde Valparaíso eran enviadas contando lo sucedido. Recuerdo perfectamente un comentario de que se había encontrado una placa rompe filas de la octava compañía; del grave estado del Comandante Serey, al que había visitado personalmente el Presidente de la República don Carlos Ibáñez del Campo, que se trasladó a la zona tan pronto supo de la tragedia; de restos humanos en las palmeras de la Avenida Brasil y otros recuerdos que el tiempo ha ido borrando. Especialmente nos impacto familiarmente la muerte del voluntario de la Décima Compañía Carlos López González, hermano de la esposa de mi tío Roberto Allison, hermano menor de mi madre.

Ese verano falleció mi abuelo Alberto y por ello estábamos en Valparaíso ese mes de enero, para los  funerales de los que fueron sucumbiendo posteriormente debido a sus graves heridas y quemaduras. Recuerdo el silencio en las calles, el material mayor cubierto de coronas de flores y los rostros sombríos de los bomberos, que acompañaban en su último viaje a uno de los suyos.
La tragedia fue rápidamente informada. Se requería apoyo urgente para terminar las operaciones de control, evacuación de lesionados, búsqueda de víctimas y otras. Con rapidez los cuerpos vecinos fueron movilizados y con sus sirenas sonando, las máquinas de Limache, Quilpué, Villa Alemana, Viña del Mar y otros, acudieron a Valparaíso para cooperar con los sobrevivientes de la tragedia. La ciudad tenía un largo camino a recorrer, para recuperarse física y emocionalmente de lo sucedido.

Los funerales oficiales de los primeros 28 mártires se realizaron el 4 de enero y fueron imponentes. La carroza del Comandante Serey fue arrastrada a mano por voluntarios de todas las compañías y el material mayor transportó los ataúdes de los restantes  caídos, como lo muestran las fotos de la época. Las solemnes honras fúnebres se efectuaron en la Catedral porteña, presididas por el Presidente de la República y su gabinete, y el cortejo marchó por las calles del puerto donde miles de emocionados habitantes se alinearon para dar su último adiós a los caídos en el cumplimiento de su deber voluntariamente impuesto. A su ves, el Gobierno de la época decretaba tres días de duelo nacional ante la magnitud de la tragedia.

La lista final de los caídos el 1º de enero de 1953, siempre presentes en la lista del martirologio nacional,  es la siguiente:
·        SEXTA COMPAÑÍA (POMPA ITALIA)
Voluntario Guido Malfatti Paolinelli
Voluntario Paolo Scorza Roi
Voluntario Humberto Gaggero Capellaro
·        SEPTIMA COMPAÑÍA (BOMBA ESPAÑA)
Maquinista Rufino Rodrigo Ruiz
·        OCTAVA COMPAÑÍA (ZAPADORES FRANCO CHILENOS)
Segundo Comandante José Serey Sagredo
Teniente 2ª Leandro Escudero Cádiz
Voluntario Guillermo Balbontín Silva
Voluntario Lautaro Barrientos Barrientos
Voluntario Joaquín Fuenzalida González
Voluntario Albino Gómez Orozco
Voluntario José Pereira Díaz
Voluntario Jorge Robles Álvarez
Voluntario Carlos Silva Vergara
Voluntario Jorge Thibaut Gallo
Voluntario Galvarino Vera Mc Conner
Voluntario Hernán Viejo Levech
Voluntario Rubén Zamorano Bravo
Voluntario Luis Fuster Garín
Voluntario Carlos Silva Cisternas
Voluntario Luis García Parraguez
·        DECIMA COMPAÑÍA (SALVADORA Y GUARDIA DE PROPIEDAD)
Teniente 1º René Carmona Corvalan
Teniente 2ªJuan Contreras Fernández
Voluntario Jaime Rojas Rojas
Voluntario Carlos Figueroa Pinilla
Voluntario Carlos López González
Voluntario Julio Gallagher Maureira
Voluntario Jorge Rubio Ramírez
Voluntario Luis Pinto Gómez
Voluntario Jorge Candia Pérez
Voluntario Gustavo Covarrubias Díaz
·        UNDECIMA COMPAÑÍA (BOMBA BRITANICA)
Voluntario  Alonso Agüero
Voluntario Fernando Aguilo Muñoz
Voluntario Edwin Glaves Espejo
Voluntario Rober Glaves Espejo
Voluntario Hugh Honeyman Hills
Voluntario Roberto Layera Pacheco.

Entres los 36 caídos, dos hermanos (Edwin y Robert Glaves) y un padre y su hijo (Carlos Silva Cisternas y Carlos Silva Vergara). También caía en esa noche trágica el Ayudante de Cuartelero de la Sexta Compañía Francisco Cisternas Salinas, quien se había unido al trabajo de los voluntarios sextinos.

El último sobreviviente de la tragedia que recibiera graves heridas, verdadero “mártir en
vida”, lesiones que le acompañaron hasta su muerte, fue el voluntario de la Octava compañía Mateo Kukuljam Guerrero, que falleció en 1999. Tuve el honor de conocerlo y recuerdo como en su rostro la explosión dejo indelebles huellas.
El lugar de la tragedia
Cuando el Cuerpo de Bomberos de Valparaíso cumplió 150 años, el año 2001, publico su Historia En ella, en emotivas frases se recuerda la tragedia que hoy evocamos. Por ello  nos hemos permitido reproducirlas, por el hondo sentimiento que  reflejan:
Fue amarga y triste la partida repentina en la madrugada del nuevo año: para la esposa que recibió el beso precipitado de un “hasta luego! que se hizo eterno; para el hijo que sintió fugazmente la mano paterna en la cabecita dormida, como un aleteo de cariño y amor; para la madre anciana que escuchó el rápido alejamiento de esos pasos que corrían hacia la noche sin aurora.
 Incinerados sus cuerpos, carbonizadas sus ropas de labor, desdibujadas sus facciones por el zarpazo ardiente del enemigo tradicional, han hecho florecer en los labios calcinados una sonrisa de orgulloso desdén para enfrentarse con el mas allá.
Murieron como bravos; cayeron en su ley, abatieron sus envolturas materiales proclamando el ideal que desbordo sus existencias. Ahora descansan.”
En este nuevo aniversario de su partida, recordamos su ejemplo y valoramos su legado de voluntario sacrificio.

Alberto Márquez Allison
Voluntario Decimocuarta Compañía
Cuerpo de Bomberos de Santiago.