sábado, 30 de abril de 2011

MI VIDA COMO PUBLICISTA

Durante mis años como estudiante de periodismo en más de alguna ocasión me pidieron de alguna agencia que aportar con mis habilidades de ilustrador y creativo. Fue mi compañero, el poeta Manuel Silva, quien me llevó a trabajar como free lancer a un agencia que se llamaba Tecnikalias (1966). Tenían la cuenta de la cadena de supermercados Almac, y recuerdo que entre otros trabajos desarrollé un kiosko para vender flores a la entrada de los locales. Me quedó bien, me gustó el trabajo, pero las tensiones diarias entre los socios finalmente me decidieron a arrancarme y nunca más volver a la publicidad.


Al egresar de la escuela de periodismo de la U. de Chile hice mi práctica profesional en el Diario Ilustrado,y luego me llamaron de El Mercurio, porque me había especializado en periodismo científico. Se había fundado la Revista del Domingo y me pasaron los artículos de parapsicología. En esos momentos yo era Secretario Internacional de la Unión de Federaciones Universitarias de Chile (UFUCH) y partí en representación de los periodistas universitarios a un congreso en Alemania Oriental (febrero de 1967). Al regresar me echaron del Mercurio por "comunista".
Fue un compañero de escuela, Wladimir Aguilera, quien me entusiasmó entonces para entrar  en el área de relaciones públicas del Servicio de Cooperación Técnica de la CORFO. Fue también el tiempo en que se fundaba Televisión Nacional de Chile y me integraba como uno de los primeros libretistas del canal. Me casé con Tita Colodro y cual karma que me perseguiría por años, al regresar de la luna de miel me habían echado de Televisión Nacional y de la CORFO... "por comunista".
Cesante, me dieron el dato de ir a McCann Erickson, donde trabajaba Alberto Isarel, amigo de mi cuñado Salvador Colodro. Recuerdo que fui a ver al director de arte Luis Hernández, quien luego de revisar mis ilustraciones me dijo: "No, no... usted no sirve para esto". Volví al día siguiente, me presenté ante el jefe de redacción, Mario Gómez, y después de hacerme una prueba, me dejó trabajando.
Así comencé mi vida profesional en el mundo de la publicidad.
Fui redactor, luego director de arte y finalmente director creativo.
Era creativo de McCann para las elecciones de 1970. Al ganar Allende las elecciones presidenciales, el gerente Juan Lehuedé anunció que cerraba la agencia. Yo formaba parte del silencioso sindicato de trabajadores de publicidad, con otros integrantes de McCann y J. W. Thompson. Seguí trabajando en la agencia, pero en esos días nacían mis trillizos, por lo que tuve que sumar más pegas integrándome nuevamente a Televisión Nacional de Chile y vendiendo anticuchos en la Peña de los Parra. Asumía paralelamente la dirección de una productora musical, hasta que vino el golpe militar de 1973.
Nuevamente cesante, con las puertas cerradas en todos lados, regresé humildemente en un puesto menor en la misma agencia, para luego pasar a ser redactor, director de arte y director creativo el mismo año (1974). En esa época incluí dentro de mis proveedores a amigos míos como Jaime de Aguirre (Filmocentro), Daniel Lencina, Silvio Caiozzi y otros para la producción musical y filmaciones. 
En esos años la agencia, que había cambiado el nombre de McCann por C.C.C. Consultores de Comunicación Creativa, crecía fuertemente. Recuerdo campañas como Nivea, Trial, el tigre de la Esso, y Old England Toffee de Ambrosoli. Alcanzamos el primer lugar en el ranking, pero como siempre me ocurre, el 24 de diciembre de 1976 me echaron... "por comunista".
Un año de free lancer en la pequeña agencia AD de mi amigo Juan Carlos Rojas, hasta que a fines de 1977 me llamaban de J. Walter Thompson y en marzo de 1978, me integraba como redactor en el grupo de Otto Salazar. Había propuesto a Televisión Nacional la producción de un programa dedicado al bicentenario del nacimiento de O'Higgins, y el proyecto se aprobaba. Mario Azócar, gerente de JWT, me autorizó a viajar, y luego del regreso (temiendo que me hubiera echado), me recibió con una sonrisa y me dijo que después le contara de mi viaje. ¡Qué gran ejemplo para mí!.
Poco después asumía como director creativo, armando mi propio grupo junto a Emilio Martin, Claudio Zaldívar, Carlos Olivarez, y varios más.
Fue la época de mis campañas para Nestlé, Lever, CCU y otras grandes marcas. Pero la campaña que me marcó fue Pepsi. Algo hizo que esa marca adquiriera una relación vital conmigo. Quizás por el hecho de ser "segunda marca" en la categoría, o porque la imaginaba enfrentando una guerra diaria y mundial contra el gigante de las gaseosas, pero lo concreto es que le entregué todas mis energías. Y entre otras campañas exitosas y gratificantes, nació "el Desafío Pepsi", con Katherine Salosny y todo lo que ya sabemos. Poco después era llamado por JWT Nueva York para integrar el equipo internacional encargado de las nuevas campañas Pespi.
Estuve en congresos de creatividad en Holanda, Brasil y Argentina y trabajé en JWT de Londres, Buenos Aires, Lima y Nueva York.
Pero las cosas no andaban bien con el gerente John Holmes y en 1985 me convertía en Director Creativo de Promoplan.
Allí, mis recuerdos se mezclan con las campañas para CCU: cerveza Cristal, Malta Morenita, Lefersa y otras; Nissan (aún se usa la frase que les inventé: Marubeni es Nissan en Chile), y especialmente Cachantún. 
La campaña junto a Silvana Suárez está entre mis mejores recuerdos.
En 1967 me independizaba formando mi propia agencia con un personaje recomendado por McCann, el experto en marketing de nacionalidad boliviana Alfredo Méndez. Mis antiguos clientes se iban a mi nueva agencia, pero el proyecto derivó en un caos. Liberados de Méndez en la noche del 4 de octubre de 1988 (un día antes del plebiscito),  continué con mi gente durante un tiempo. Nunca he sido administrador eficiente, y cada proyecto de este tipo ha terminado en el más rotundo fracaso.
Volví a la televisión como el Hombre del Tiempo y en el Buenos Días a Todos, mientras intentaba mantener a flote ahora a "Márquez y Asociados".
Como no me alcanzaba para vivir, volvía a Promoplan por un tiempo, hast que me dediqué plenamente a la docencia. Había partido en 1976 en la escuela de publicidad de la Universidad de Santiago y me había mantenido haciendo clases permanentemente en esa universidad que después fue la Escuela de Publicidad de Mónica Herrera, un semestre en el Uniacc, y más años en el Pacífico y Las Américas.
En televisión hacía un programa de contingencia política en La Red  (El Último Round), leía las noticias a la una de la tarde y me integraba a un programa magazinesco a las dos.
Poco después me llamaba Alejandro Guillén para ofrecerme el cargo de Director de la Escuela de Publicidad de la Universidad Diego Portales.
Fueron cinco años en que la  colocamos en los primeros lugares, pero al quinto año, no queriendo seguir, volví a hacer clases en Las Américas y la Santiago, hasta que en diciembre del 2006 me llamaba Bernardo de la Maza, recién designado decano de la Universidad Central, para asumir como director de la nueva Escuela de Publicidad.
Y ahí estamos desde marzo del 2007 hasta el momento.

viernes, 29 de abril de 2011

CAPITAN YEOMANS

Hola, Antonio:
Felipe Dawes comentó tu enlace.
Felipe escribió: "Una linda foto, de una mejor persona. Gracias por subirla"

jueves, 28 de abril de 2011

Yeomans, capitán

John Yeomans Aspinall, destacado voluntario de la Catorce, cuando era capitán de la compañía, en el incendio de una barraca en Seminario e Irarrázaval, en 1965. John Yeomans fue más tarde Cuarto Comandante, Vicesuperintendente del Cuerpo y Director de la Catorce. La imagen forma parte del examen de fotografía cuando yo era alumno de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile.

La primera bomba de la Catorce.

La vieja De Lahaye Farcot (1947), que antes perteneciera a la Cuarta Compañía Pompe France se incorpora como pieza de material mayor adscrita a la Decimocuarta Compañía.

Visita de H.R.H. Princess Anne

Recuerdo de la visita de la Princesa Ana al cuartel de la Catorce. Junto a ella, de izquierda a derecha, el secretario Tony Dunford, el Director Honorarios Ronald Brown, Su Alteza Real la Princesa Ana, el Director Daniel Fuenzalida y el Capitán (i) Felipe Pollok, teniente 1° (i) Andrés Márquez y teniente 2° (i) Pedro Fernández. Año 1991.

El Cuerpo de Bomberos recibe a la Catorce

Douglas Mackenzie, Director de la Fourteenth Fire Company J.A.S. Jackson, se incopora al Directorio del Cuerpo de Bomberos de Santiago. Le saluda el Superintendente don Hernán Figueroa Anguita. Un recuerdo de 1959.

La Leyland en incendio

La British Leyland de la Catorce en un incendio de 1964.

martes, 26 de abril de 2011

Con el príncipe Eduardo de Inglaterra

El 18 de septiembre de 2008, formando parte de la delegación de la Decimocuarta Compañía de Bomberos de Santiago, The British & Commonwealth Fire & Rescue Company, estuvimos junto a H.R.H Prince Edward, Earl of Essex durante un encuentro en el Traveller's Club de Londres. En la ocasión, el Príncipe se incorporó como Miembro Honorario de nuestra Compañía. La foto registra el momento en que presento mis saludos al Príncipe Eduardo. Un recuerdo inolvidable en mi carrera de bombero.

La chica Pepsi

Cuando era director creativo en J. Walter Thompson desarrollamos la campaña El Desafío Pepsi. Entre las bellas modelos que se presentaron en el casting elegí a una muchacha más baja que el resto, pero con una sonrisa y una mirada que comunicaban exactamente  lo que andaba buscando. Se llamaba Katherine Salosni y fue su primera aparición en pantalla. Hoy sigue siendo uno de los rostros más queridos en mis recuerdos publicitarios. 

La Chica Cachantún


Esta es una de mis campañas más queridas. En esos día yo era director creativo de la Agencia Promoplan, y ante una crisis de esas a las que nos acostumbra nuestra profesión, tuvimos que reemplazar en 24 horas una campaña que ya estaba en el aire. Difícil momento, pero esa noche, mientras me estrujaba el cerebro en mi casa, apareció en mi imaginación el Nacimiento de Venus de Botticelli. Hice un concept board y presentamos a la mañana siguiente. Cachantún aprobó la idea, entramos en producción y en el casting apareció la hermosa Silvana Suárez, quien  había sido Miss Mundo. Se aprobó el presupuesto y nos fuimos a filmar a la playa de Zapallar un frío 30 de septiembre.  Esta foto inmortalizó la campaña, y el éxito coronó el esfuerzo. Abajo, consolando a la hermosa Silvana.

La Chica Cachantún

Años más tarde me hacía conocido con un programa en Televisión Nacional y me convertí en el Hombre del Tiempo. Y para la Teletón de ese año, Silvana y yo filmamos el comercial para Cachantún. Esta foto es un recuerdo de ese hecho.

domingo, 24 de abril de 2011

1772

Imaginemos que estamos en 1772. Si quiere viajar en barco a Lima, tardará entre 20 y 30 días; y si quiere ir a Buenos Aires, lo puede hacer en un mes, en cómodas carretas.
Se establece un correo semanal entre Santiago y Valparaíso.
Y, a propósito de correspondencia, si usted quiere escribirle a un pariente en España, deberá esperar hasta 90 días para que la carta llegue a su destinatario.

Ese mismo año, en 1772, surge en Alemania el movimiento Sturm und Drang,  Exalta la individualidad original y la libertad. El poeta Goethe será su máximo exponente.

Daniel Rutherford descubre el nitrógeno, y en Inglaterra rivalizan dos grandes pintores: Joshua Reynolds y Thomas Gainsborough.

CASAS NUMERADAS


¿Desde cuándo las casas tienen número?
El primer intento fue dispuesto por Tomás Alvarez de Acevedo, en 1780. Mandó clavar unas tablas que debían indicar el nombre de las calles y además, ordenó colocar número a las casas. Esto generó un motín de proporciones, ya que los vecinos pensaron que se trataba de un diabólico intento de fijar contribuciones.
Pasó el tiempo y en 1802, a solo ocho años de la Primera Junta de Gobierno de 1810, se ordenó nuevamente numerar las casas en las calles de la capital. Los vecinos fueron obligados entonces a colocar un número en la puerta de sus hogares y a la vez, a colocar velas sobre dicha puerta para iluminar las calles.
Habrá que esperar hasta 1843 cuando don José Miguel de la Barra dispone nuevamente la misma ordenanza. Y lentamente comenzó la gente a acostumbrarse a numerar sus casas.
La modernidad comenzaba a llegar a la ciudad.

COSAS DE LA COLONIA


Como bien sabemos, los jesuitas formaban una poderosa orden, que se dedicaba a la fe, a las misiones, al campo, a la orfebrería y a las boticas.
Revisando los viejos archivos hemos encontrado una lista con las drogas que se guardaban en una botica jesuita en tiempos coloniales. Vamos revisando:
Agua de capón; enjundia de cóndor; bálsamo de calabazas; ojos de cangrejo; sangre de macho; piedra de araña; diente de jabalí; ranas calcinadas; príapo de ciervo; uña de la gran bestia; unicornio verdadero; aceite de lagarto; aceite de alacranes; espíritu de lombrices y pulpa de caña fístola.
Si con esos remedios no se mejoraba, era mejor encomendarse a alguno de los santos de aquellos entonces.
Y si de santos se trata, hubo algunos años en los tiempos de la colonia en que los días festivos alcanzaron ¡hasta los noventa! Algo así como tres meses de días feriados o casi un cuarto de año.

Irene Morales (1865 - 1890)


Nació en el barrio de la Chimba, al lado norte del río Mapocho. Era el año de 1865, y fue bautizada como Irene de la Cruz Morales Infante, siendo sus padrinos los hermanos Laureano y Mercedes Tiznado.
Pero, su padre, don Ventura Morales, murió cuando ella tenía apenas once años, y con su madre se fueron a Valparaíso. Allí instalaron un taller de costura, y ante tanta dificultad, a la madre se lo ocurrió casarla con un viejo artesano que al poco tiempo se murió de un infarto, quedando viuda a los doce.
Ese año se moría también su madre, por lo que vendió la máquina de coser y partió al norte, hasta Antofagasta, sin imaginar que poco después iba a estar en el epicentro de la guerra

En Antofagasta, dominada por la autoridad boliviana, conoció a un músico chileno y se casaron. Pero la mala suerte la perseguía a donde fuera. Su marido, Santiago Pizarro, se peleó con un policía, lo tomaron preso y lo fusilaron esa misma noche. Quedaba nuevamente viuda, y solo tenía catorce años.
Juré vengarse. Y para su sorpresa aparece en el mar un barco chileno. Se produce el desembarco de los soldados y Antofagasta es ocupada militarmente.  Empezaba la Guerra del Pacífico.

Sin pensarlo dos veces, Irene Morales se enrola en el Ejército. Y a pesar de ser rechazada, por ser mujer, un oficial del 3º de Línea, el capitán Camus, la enganchó como soldado. Y no se equivocaba al aceptarla, porque Irene Morales va a alcanzar las jinetas de sargento a punta de bayoneta.
Herida de bala en la batalla de Tacna,  igual se las arreglé para auxiliar a los heridos. 

Terminada la Guerra, Irene Morales regresó a Santiago, y como muchos soldados que volvieron, vivió en la mayor pobreza. Se le vio en la inauguración del monumento al roto chileno, en 1888, luciendo en su guerrera las medallas ganadas con su valor.
Enferma y pobre, se asiló en el Hospital San Borja, donde falleció de una fuerte pulmonía el 25 de agosto de 1890.
¿Sabe que edad tenía?
¡25 años!

En Santiago, a una cuadra del monumento al general Baquedano, está la calle Irene Morales, que recuerda a esa aguerrida muchacha.

1813-1814



Chile está  en plena guerra de la independencia, en la llamada Patria Vieja. Desde Yerbas Buenas hasta la derrota final en Rancagua, la lucha iniciada con el desembarco en la bahía de San Vicente, en Talcahuano, se extiende por la zona central del país.


En 1813, el Duque de Wellington derrota a los ejércitos franceses en Vitoria y luego se apodera de Burgos. El 17 de mayo de 1813, el rey francés de España, José Bonaparte, abandona definitivamente la ciudad de Madrid. En enero había abolido al Tribunal del Santo Oficio, más conocido como la Inquisición. El 13 de octubre de 1813, las tropas francesas se rinden definitivamente en Pamplona, terminando la Guerra de Independencia en España.

En esa misma época, un científico sueco, Jöns Barzelius, nacido en 1779, introduce el uso de los símbolos químicos tal como los conocemos hasta hoy día, agregando además una tabla con los pesos atómicos.

Y en literatura, Percy Bysshe Shelley, el gran poeta inglés amigo de Lord Byron, escribe su primer gran poema, Queen MabEl escocés Walter Scott daba vida a su Waverley, primera novela histórica inglesa. Y la escritora británica Jane Austen publicaba Orgullo y Prejuicio.


Y para los amantes de la lírica, Rossini estrenaba en Venecia La Italiana en Argel. El 22 de mayo nacía en la ciudad de Leipzig Richard Wagner, y el 9 de octubre Giuseppe Verdi.

sábado, 23 de abril de 2011

Británicos en Chile.



Llegaron desde el mar, disputando los caminos del oro a los conquistadores españoles. Y fueron corsarios bajo la bandera de Isabel, y cruzaron el Atlántico, el estrecho de Magallanes y las costas del Pacífico. A los puertos chilenos, bajo dominio hispano, llegaron a sangre y fuego. Y fue sir Francis Drake el primero que llegó a Valparaíso, pobre caleta en aquel entonces,  el 4 de diciembre de 1578, quemando la única bodega que allí existía “ahogando ellos su alegre fiesta en el generoso y viejo vino de Penco”, como testimonió un cronista de aquellos hechos.
Después de Drake, Thomas Cavendish y el infortunado Richard Hawkins, dejaron su recuerdo en nuestros puertos, hasta que llega, en el siguiente siglo, la avanzada de nuevos corsarios. Ya no están en la empresa de dar la vuelta al mundo, si no en afán de fuego y destrucción. “Beauty and booty” fue la frase enarbolada en sus mástiles. Años después sus nombres, Sharp, Davis, Knight y el galante Lord Anson, aún causaban terror en los habitantes de la caleta que adquiría rostro de poblado. Y un Lord Byron era recibido, años más tarde, por la sociedad de la capital. Este Byron, que había sido prisionero en Chile en sus años mozos, volvía ahora lleno de prestigio, teniendo un sobrino que sería el gran poeta del romanticismo inglés.

Y llegó la era de la emancipación. Y un año después de la jura de la Primera Junta de Gobierno (1810), dos comerciantes y hermanos ingleses, Messrs. John  y Joseph Crosbie, llegan con sus naves atiborradas de mercancías, quincallería inglesa, herramientas de acero, lanas, objetos de lienzo y algodón, convirtiéndose en los fundadores de la futura colonia británica en Chile. Junto a ellos viajaba un joven de trece años, que más tarde regresaría a Chile cuando los primeros disparos de la Patria Vieja resonaban en Talcahuano (1813). El joven, que era John Barnard, traía un importante cargamento de armas de fuego, las que serían un esencial aporte al conflicto naciente. Junto a él se establecía en Valparaíso un comerciante irlandés de Sligo (lugar de nacimiento de Ambrosio O’Higgins), mister Andrew Blest.

Las autoridades británicas habían jugado un papel fundamental en los días de la guerra. Tanto Lord Castlereagh como Lord Canning, primeros ministros entre 1812 a 1827, se negaron a prestar apoyo a la España conquistadora. Y fue Canning quien defendió la autonomía de los nuevos estados sudamericanos.
Y un pequeño detalle. En 1925 el Príncipe de Gales, de visita en nuestro país,  inauguraba la primera piedra del monumento a Lord Canning que se levantó en la Alameda de Santiago. ¿Dónde está hoy esa estatua de agradecimiento al ministro británico?

Después de Chacabuco, la presencia británica en el frente militar se hace más fuerte. Si antes el irlandés Juan Mackenna había sido pieza clave en la concepción estratégica de los primeros años de nuestra independencia, y mucho antes, durante la colonia, Ambrosio O’Higgins y su amigo John Garland habían levantado, como ingenieros militares, las fortalezas de Valdivia y las defensas de los puertos, ahora llegaba una verdadera legión de marinos y soldados para prestar su experiencia en la defensa de esta nueva patria, como Wooster y Spray.
En primer y destacado lugar, el almirante y comandante de nuestra escuadra, Thomas Alexander Cochrane. De sus legendarias campañas aún resuenan la captura de la nave española “Esmeralda” durante un asalto nocturno en medio de las defensas del Callao; y la inmortal conquista de las fortalezas de Valdivia.


Otro británico, el coronel William Miller, será el comandante de las fuerzas de desembarco en Valdivia, y general y mariscal de las campañas en el Perú, hasta alcanzar la victoria final en Ayacucho. El regimiento de Infantería de Marina lleva orgullosamente su nombre.
El segundo de Cochrane, el marino inglés George O’Brien entregará su vida en la captura de la “Esmeralda”; y otro destacado marino, el capitán Martin Guise, disputará con Cochrane las preferencias del gobierno chileno.
Entre los tenientes de Cochrane figura otro marino inglés, Robert Simpson, de destacada actuación en la guerra contra la Confederación.  Y John Williams, quien entre otras acciones, tomará posesión del estrecho de Magallanes a nombre del gobierno chileno. Será padre del futuro almirante Juan Williams Rebolledo.
Cómo no destacar al médico inglés James Peroissien, comandante de los servicios médicos del Ejército de los Andes, quien mereció los elogios de los jefes militares por sus verdaderas hazañas quirúrgicas en el campo de batalla de Maipú. Y otro médico británico, Thomas Leighton, quien formará parte de los cercanos a O’Higgins durante las campañas bélicas.
La Guerra a Muerte, continuación macabra del conflicto después del triunfo en Maipú, fue el campo de exterminio de valiosos hijos del Reino Unido, como el heroico Charles O’Carrol, quien a sus 26 años lucía brillantes condecoraciones en las guerras europeas, destacando entre ellas la de la Victoria de Waterloo. Moría asesinado en Pangal, a manos de las guerrillas realistas.

Los hijos de la Gran Bretaña se quedaron en Chile, se integraron a la sociedad, que les recibió con afecto y respeto. Uno de ellos, el joven coronel William  de Vic Tupper casó con la destacada dama Isidora Zegers, pero esta alegría se verá bruscamente interrumpida al ser asesinado a lanzazos en la dramática acción de Lircay (1830), que puso fin a la llamada Anarquía Política.
Y cuando Chile ha consolidado su independencia, siguen llegando militares, marinos y comerciantes. Valparaíso se convierte en plaza donde llegan los más variados productos desde Inglaterra. Y en nuestro país permanecerá un breve tiempo la cronista de esos días, la inglesa Maria Graham, cuyas descripciones físicas, sociales y culinarias serán todo un testimonio de una época.

Dos ingleses, que destacarán, se integran en ese periodo. Thomas Suttclife, quien ha participado en las campañas militares y ha sido nombrado gobernador de la isla de Juan Fernández, y el pintor Charles Wood, quien llega en 1829. Este último tiene el mérito de haber diseñado nuestro escudo nacional. Ambos, serán fundamentales en el trabajo de exploración y diseño geográfico para el avance de las tropas chilenas en la Guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana (1837-1839).
Valparaíso ya muestra las elegantes mansiones que han construido los hijos de Gran Bretaña en el Cerro Alegre, que comienza a ser llamado el “cerro de los gringos”. Y tanto en el puerto como en la capital, se alzan grandes tiendas, bancos, hoteles a instituciones británicas. La colonia inglesa en Valparaíso, anglicana en su mayoría, funda la Union Church y el Cementerio de Disidentes, y trae desde Londres al educador escocés Peter Mac Kay, quien funda  el colegio que lleva su nombre y que significó un privilegiado aporte a la educación. Y otro escocés Mac Kay, pero de nombre John, se va a graduar de médico radicándose en Concepción, fundando el Club Inglés de esta ciudad. Hombre conocedor de su zona, descubre los yacimientos de carbón de Talcahuano, y desarrolla una poderosa industria carbonífera en Coronel, Lota y Lebu, asumiendo el cargo de administrador de las empresas mineras del millonario Matías Cousiño.
Y si Blest, Crosbie y Barnard abrían las rutas comerciales, muy pronto llegaban más gringos, como el profesor Richards, John Sewell, los irlandeses Cood, el escocés Macfarlane, administrador de los terrenos de Cochrane, o Richard Price, verdadero modernizador de  Valparaíso. Como así también Joshua Waddington, que había llegado a los 17 años, y Grosvenor Bunster,  patriarca de la ciudad. Richards fue quien introdujo el té de la India en Chile, en 1819.

No hay  actividad en la que los hijos y descendientes del Reino Unido hayan estado ausentes. Luego del triunfo en la Guerra del Pacífico surgirán las fortunas de varios comerciantes ingleses, especialmente de John North, quien alcanzará fama como millonario al asumir la propiedad de los ricos yacimientos de salitre. Y al producirse el gran incendio de Valparaíso, al cerrar 1850, la marina inglesa aportará, junto a los tripulantes de otras nacionalidades, los bombines para controlar el fuego que destruyó parte de la ciudad. Y en 1863, cuando se funda el Cuerpo de Bomberos de Santiago, los integrantes de la Compañía de Gas organizan la primera compañía de Hachas, Ganchos y Escalas Anglo-Chilena, encabezada por Adolfo Eastman, con los Longton, Dimalow, Brickles, Ludford y Smith.


En 1925 recibíamos la visita del Príncipe de Gales; en Santiago los colegios británicos asumían una destacada participación educacional, como el Grange School, de John A. S. Jackson. Y será este gran representante de la colonia británica en Chile quien echará las bases de la British and Commonwealth Fire and Rescue Company, nuestra querida Catorce, heredera de una tradición y un estilo de vida que nos identifica y nos llena de orgullo.

No en vano, la tradición popular ha llamado a nuestros habitantes los ingleses de América.

viernes, 22 de abril de 2011

BRUNET DE BAINES


Dicen que la arquitectura es la historia del mañana. Y en un país todavía colonial como Chile, poco destacaba en la búsqueda de un estilo, de una personalidad, que le diera el sello a la gran ciudad capital. Solo cuando los cañones de la independencia detienen su tronar, comienza la nueva arquitectura chilena.
Fue don Francisco Javier Rosales, encargado de negocios de Chile en Francia, quien contrató al primer arquitecto para la nueva república. El francés Claude François Brunet de Baines. El arquitecto, una de las grandes figuras de su profesión en Francia, estaba amargado. Su simpatía hacia el rey de Francia, Luis Felipe de Orleáns sufría un doloroso revés cuando éste abdicaba frente a la una nueva república.
En Chile, el gobierno del general Manuel Bulnes decide crear, entre otras obras, una Escuela de Arquitectura, y había solicitado la búsqueda de un profesional destacado al embajador Rosales. Y Brunet de Baines llenaba los requisitos. Premios, reconocimiento, presidente del Consejo de Arquitectos de París. Pero amargado por la derrota de su rey, Y viaja a Chile junto a su esposa y su hija con un contrato de siete años. Pero al llegar a Valparaíso, su mujer no resiste la vida chilena y decide regresar a su patria con su hija.
Brunet de Baines quedaba solo, y tampoco recibía en la capital el afecto y respeto que esperaba. Pero cumple su compromiso y comienza el febril trabajo que le han encomendado, como director de la nueva escuela y arquitecto del gobierno. Solo seis alumnos se inscriben en su cátedra, entre ellos Manuel Aldunate y Fermín Vivaceta. Pero en el Congreso se reclama por el salario de Baines, y la sociedad no lo acepta en sus salones.
De su genio nacen el Palacio Arzobispal, frente a la Plaza de Armas, la Iglesia de la Vera Cruz y el Teatro Municipal, destruido por un dramático incendio en 1870. Junto al templo de la Compañía de Jesús levantaba las obras del Congreso Nacional y comenzaba la construcción del edificio del Instituto Nacional.
Mantenía correspondencia con su familia, diciendo que tan pronto terminara el contrata regresaría a Francia con ellos. Convertido en un solitario, regresar se convierte en obsesión. Al menos, allá, se reconocía su calidad. Y fue en esos días cuando el nuevo emperador, Napoleón III, le confería la Gran Cruz de la Legión de Honor.
Y llegó el día en que terminaba su contrato. Era el 16 de julio de 1855. Santiago había cambiado de rostro, y el estilo neoclásico confería un nuevo rostro a la ciudad. Solicitaba un certificado de buen servicio al Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública,
Pero el esfuerzo había sido tremendo, y el cansado corazón de Claude François Brunet de Baines se detenía el 18 de junio de 1855. Solo Fermín Vivaceta y algunos artesanos acompañaron sus restos al Cementerio General. Una bóveda de ladrillos y una reja de fierro con una letra B al centro recuerdan al padre de la arquitectura chilena.





jueves, 21 de abril de 2011

Cómo dos secretarios cambiaron la Historia en 1810.

Es bueno saber que los dos cerebros detrás del llamado a un cabildo abierto para el día 18 de septiembre de 1810 fueron don Gaspar Marín y don José Gregorio Argomedo.
Conociendo de la capacidad de estos dos personajes, las mentes más libertarias de esos días lograron colocarlos como secretarios de don Mateo de Toro y Zambrano, gobernador de Chile. Y fueron ellos las piezas claves que convencieron finalmente a Don Mateo para enfrentar la crisis creada por Napoleón al detener al rey de España.
El trabajo silencioso y permanente de estos dos personajes fue una de las razones que llevaron al viejo gobernador a llamar al Cabildo Abierto del 18 de septiembre de 1810.

LUJOS DE LA RECONQUISTA

MARCO DEL PONT

 Las guerras de la independencia chilena habían sido rudas, crueles, rabiosas. El triunfo realista en Rancagua, en 1814, entregaba el poder al general victorioso, don Mariano Osorio. Pero las discrepancias con el virrey del Perú, Fernando de Abascal, significaron su pronta caída. En su reemplazo, llegaba un personaje absolutamente ajeno a esta realidad.
El 19 de diciembre de 1815 desembarcaba el nuevo Presidente de Chile, don Casimiro Marcó del Pont, Ángel Díaz y Méndez, Comendador de la Orden de Ocaña y otros títulos que llenaban una página. Pero, lo que más llamó la atención del público que le esperaba en el puerto de Valparaíso, fue el lujo que envolvía al nuevo mandatario. Lucía ropas recamadas en dorado, y le acompañaba un séquito de servidores, criados, asistentes y casi un centenar de baúles con sus ropas, porcelanas y adornos para el palacio de los gobernadores.
Y lo que más impresionó a las sobrias personalidades que le aguardaban, fue la carroza que bajaron desde el navío “Javiera”. ¡Sí! ¡Una carroza tallada en oro!
Pero, no le duró mucho su reinado, ya que en febrero de 1817, un año y dos meses después de su aparatosa llegada, debió huir tras la victoria patriota en Chacabuco.
Triste historia la de don Casimiro Marcó del Pont, porque fue detenido, mandado a Mendoza, y finalmente murió en un oscuro encierro en Luján, en medio de la pampa argentina.
Sic transit gloria mundi. 

SUPERANDO LAS DISTANCIAS

TRANSPORTE EN LA COLONIA

A propósito de los problemas de transporte que se viven en la capital, nos acordamos de los transportes en los finales de la colonia en Chile. Un par de antecedentes.
Imaginemos que estamos en el año de 1772. Si quiere viajar en barco desde Valparaíso a Lima, tardará entre 20 y 30 días; y si quiere ir a Buenos Aires, lo puede hacer en cómodas carretas, pero le tomará un mes de viaje.
Y, en cuanto a la correspondencia, si le escribe a un pariente en España, deberá esperar hasta 90 días para que la carta llegue a su destinatario. ¡Es decir, tres meses!

Y si estos datos le parecen una exageración, ¿Cuánto cree que tardaba una noticia en llegar a la lejana colonia de Chile, pero en 1556, en tiempos de don García Hurtado de Mendoza?
Escuche la siguiente historia.
El 16 de enero de 1556 su Sacra Real Majestad don Carlos V, renunciaba al trono en favor de su hijo, quien pasaría a ser conocido como el rey Felipe II de España (El mismo de la Armada Invencible)
La Real Cédula con la noticia sólo fue recibida en la capital de Chile a principios de abril de 1558.
¡Había tardado más de dos años en llegar!

Gobernaba interinamente en Santiago el Licenciado Hernando de Santillán, un Oidor limeño, que reemplazaba al joven titular don García Hurtado de Mendoza, quien se entretenía en esos momentos en una campaña en el sur del país.
La noticia llegaba en momentos en que comenzaban las festividades de Semana Santa, donde todo era oración y recogimiento.  Y había que celebrar el ascenso al trono de Felipe II. Menudo problema.
Hernando de Santillán resolvió celebrar la “jura” (como se llamaba a tan solemne acto) para la festividad de Cuasimodo, que caería el 17 de abril.
(¿Qué antigua es la festividad de Cuasimodo, verdad?).
Y ese día, engalanados con ropas carmesí que pagó la ciudad, las más altas autoridades juraron lealtad al nuevo rey.
¡La vida… era más lenta en esos tiempos!

Arrancando de las llamas

Atrapadas por las llamas que envuelven el interior del templo, mujeres y niños intentan vanamente escapar.

JUAN FERNANDEZ

Entrevista en diario Publimetro, lunes 4 de abril de 2011.

miércoles, 20 de abril de 2011

1850. EL EXILIO EN CHILOE

Del libro "Fuego", primer capítulo.

1850. Diciembre.
El exilio chilote. 

            En la cárcel que compartíamos con Federico Errázuriz, el bueno de Lillo se da el tiempo para redactar una carta al intendente, donde le pide autorización para ir a su casa. Necesita arreglar sus asuntos, y a la vez solicita que en lugar de ser enviado a las provincias del sur, preferiría ser confinado en Copiapó.
            -A ver si me resulta- fue su pensamiento.
            Mal le fue a Eusebio en su solicitud, ya que pocos días más tarde viajábamos escoltados por la tropa hasta el puerto de Valparaíso, donde nos confinaban en las bodegas de la fragata Chile.
-Señores revolucionarios, presenten sus respetos al señor Intendente de Valparaíso-, ordena un irónico oficial de marina. En esos momentos aparece en cubierta Manuel Blanco Encalada, un personaje en que se mezclan la diplomacia, la caballerosidad y un quijotismo pasado de moda.
-Buenos días, caballeros. Me veo en la obligación de comprobar la exacta identificación de cada uno de ustedes, y lamento no poder ofrecerles mayores comodidades.

Dieciséis de los igualitarios presos, entre ellos Zapiola, Lillo y yo, junto a nuestros pobres y escasos equipajes, éramos trasladados ahora al bergantín Meteoro, sofocándonos en la más absoluta estrechez de sus bodegas.
Fue un viaje al destierro, interminable, donde solo el buen ánimo de algunos de nuestros compañeros nos permitió no sumirnos en la depresión. A comienzos de diciembre desembarcamos en el puerto de San Carlos de Ancud, capital de la provincia de Chiloé. No dejaron bajarse a nueve de nuestros amigos, entre los cuales se contaban Guerrero, Larrechea, Mellado y Aravena, los que continuarían destino a Valdivia.
El suave susurro del mar golpeando contra el roquerío, y la sensación de aislamiento total no mellan el carácter divertido de Zapiola, a quien esta nueva realidad le va a permitir, incluso, pensar en hacer algunas clases de música. Solo que frente a nosotros se alza la recia figura del intendente Ramón Lira, rodeado de las autoridades provinciales y una unidad militar que de inmediato procede a trasladarnos al barracón donde permaneceremos encerrados hasta conseguir cabalgaduras para enviar a un grupo a Castro, en el interior de la isla, y una embarcación para trasladar al resto hasta el puerto de Calbuco.
            -Quien dijera, señor Intendente. A mí, que no soy naturalista, ni geógrafo, marino, astrónomo ni ingeniero, me manda este gobierno a un lugar tan sorprendente.
            Lira, que no tiene el más mínimo sentido del humor, lo mira de arriba a bajo.
            -¿Cómo se llama usted?
            -José Zapiola.
            Ramón Lira revisa la lista que tiene en la mano, y busca el nombre.
            -Zapiola. Aquí aparece usted como miembro de ese club de revolucionarios de Santiago.
            -Y yo soy Eusebio Lillo, autor de la letra de la Canción Nacional  que seguramente usted entona para las Fiestas Patrias, señor Lira. Y mire lo que son las cosas; quien diría que una autoridad tan seria como usted llevaría un apellido tan musical.
            -Muy divertido, incluso insolente, señor.- El intendente desvía sus ojos hacia el bando que sostiene en sus manos. -Para callar su ironía, señor Lillo, usted aparece en esta lista ni más ni menos que como presidente del grupo número uno de la Sociedad de la Igualdad, foco revolucionario de la capital, ¿no es verdad?
            -Así es y no me arrepiento.
            -Yo soy músico-, tercia Zapiola. -Apuesto que usted ha cantado alguna vez el Himno de Yungay, que humildemente compuse para nuestro país.
            El intendente Lira no está dispuesto a seguir aceptando las burlas de Lillo y Zapiola. Y estalla la orden.
            -¡Guardias! ¡Llévense a estos tipos a la barraca, y mañana los manda a hacer música al pueblo de Castro!

1850. ASALTO A LA SOCIEDAD DE LA IGUALDAD

Del libro "Fuego", primer capítulo.

1850. 14 de agosto.
Cumpleaños de Eusebio Lillo

                En la mañana del 14 de agosto no reunimos en la cafetería. Los hombres llegaban con sus rostros semiocultos por los altos cuellos de sus abrigos y capas, ya sea para ocultarse de la vigilancia policial, como por el frío que helaba el ambiente. Luego de saludarlos me senté y guardé silencio. Era una reunión secreta en público. Reconozco que estaba nervioso.
            Eusebio Lillo fue el primero en hablar.
            -Gracias por venir, caballeros, pero la situación es extremadamente grave.
      -Perdone, Eusebio, pero sabemos que hoy es su cumpleaños. ¡Muchas felicidades!- le interrumpe Manuel Recabarren.
            -Gracias, mis amigos.
            -¿Se puede saber cuántos años son, si no es indiscreción?-, pregunta riendo Recabarren.
            -Veinticuatro, don Manuel.
            -Bien, entonces, un brindis por nuestro amigo.
            Manuel Recabarren, José Luís Claro, José Zapiola y todos los que nos encontrábamos en la cafetería, levantamos nuestras copas.   
            -Porque sean muchos más. ¡Salud!
            -¡Y muera Montt!- concluyó el sastre Rudecindo Rojas.
            Debo decir que nuestra alegría es tensa porque sabemos que el gobierno anda tras nuestros pasos. Luego del brindis, Eusebio Lillo deja su copa, y poniendo un rostro serio, baja la voz.
            -Me han informado que se está planificando un ataque a nuestra sede.
            La noticia no sorprende a Recabarren, pero sí a José Zapiola.
            -Y ¿quién te lo dijo?
            -Un cívico que me pidió reserva de su nombre.
            -¿Y, quién va a asaltar la sede?  ¿El gobierno? No creo.           
            -Vamos, señor Zapiola. Usted sabe que nuestros enemigos están dentro de la propia Sociedad. Piense que en menos de un mes han ingresado cientos de nuevos socios. ¡Ahí están los espías! ¡Ahí están los que nos van a atacar desde dentro!
            -¿Y tiene alguna idea de cómo enfrentar esta situación, Eusebio?
        -Redoblar la vigilancia, Manuel. Mantener en estado de alerta a todos los grupos de la Sociedad, hacer turnos, impedir el ingreso de nuevos socios y consolidar nuestros contactos con los cívicos que pertenecen a la Sociedad de la Igualdad. Por ese camino pienso que podemos armar un plan de defensa.
            -¿Tenemos armas?
            La pregunta de Manuel Recabarren sorprende a Eusebio Lillo, pero no deja de tener razón. La Sociedad nunca se ha planteado armar al pueblo, como ocurriera en la revolución de Paris de 1848. Solo se han contactado con algunos oficiales y comandantes de  batallones, pero no ha sido una tarea prioritaria. Una vez más, Manuel Recabarren tiene razón.
            -No, Manuel. No tenemos armas.
            -Don Eusebio, mire hacia allá.- Le digo, tras fijarme en un personaje que nos observa oculto tras las columnas del Portal de Sierrabella.
            - ¿A dónde quiere que mire, Vicente?
            -Ese hombre que nos vigila junto a la primera tienda del Portal.
            Escondido tras una de las columnas que sostienen el alto edificio, El Chanchero observa detenidamente a nuestro grupo, pero se siente descubierto y se aleja.
-¡Maldición, desapareció!
            -¿Y quién era, Vicente?
       -Me pareció ver a uno que echamos el otro día por espía. Se parecía al que llaman el Chanchero. Y me dio la impresión de estar vigilándonos.
            -Bien, sigamos con nuestro plan de defensa.

            Lo que el Chanchero no sabe es que dos sargentos del batallón de los cívicos le siguen permanentemente y, al verle salir de su punto de observación, lo interceptan.
            -A ver, a ver, hombre. A dónde cree que va.
            El Chanchero se siente perdido.
            -Pa’ ni’ un lado, señoritos.
            -¡Sargento de cívicos, pelafustán! Nada de “señorito” conmigo.
            -Sí, mi sargento.
         -¿Qué estabas haciendo? ¿A quién estabas espiando? Apuesto que te preparabas para robarle a alguno de esos caballeros cuando salgan del café.
            -¿Yo? Jamás, señor. Soy un hombre decente, y no porque lo vean mal vestido a uno…
            -¡Cállate, so’ rotoso!
Los dos sargentos se divierten por un rato. Tienen órdenes precisas de Tomás Concha de no perder de vista a Isidro Jara, y ahora se aprovechan por un momento del asustado personaje.
            -Lo que ustedes digan, patroncitos.
            -A otro con eso depatroncito”. Vamos al cuartel.
            -¡Pero, señor, si yo no he hecho nada!
            -Estabas espiando a los caballeros, ¿o no? Ya, moviéndose.
            -Le juro que no, señor.
            Pero el Chanchero no es tonto y le llama la atención tanto diálogo. Los policías son de pocas palabras y palos al instante. Y estos dos hablan mucho; será mejor mantener la actitud humilde.
           
            En menos de un par de minutos, Isidro Jara era dejado tras los barrotes del cuartel, mientras los dos sargentos se alejaban dando grandes risotadas.
            -Malditos. Ya los voy a agarrar…
            -¿Qué dijiste, mal nacido?
            Jara se siente helado al escuchar el timbre metálico de la voz del capitán Concha, quien sale de la sombra del cuarto enrejado y se planta frente al asustado Jara.
            -¡Qué fácil de agarrar, eh!
            -Soy yo el que me dejé…
       -¡Cállate, imbécil! Con torpes como tú jamás podremos terminar con la Sociedad de la Igualdad.
            Este capitán es más peligroso que los dos sargentos, y Jara lo sabe.
            -¡Ábreme la reja!- grita al carcelero.
            -Voy, mi capitán.
            Mientras el cívico descorre los cerrojos, Concha empuja al Chanchero hasta su oficina, y luego de cerciorarse que nadie escucha, se le acerca amenazante.
            -A las seis de la tarde del próximo día 19 de agosto te quiero con tus garroteros entrando a palos al local de estos revoltosos. ¿De cuántos hombres dispones?
            -De unos veinte, y de los más duros.
           -Veamos si es cierto, porque si no es así, amigo mío, esta cárcel va a ser tu casa por un buen tiempo.


1850. 19 de  agosto.
Asalto al local de la Sociedad de la Igualdad.
               
Llegué un poco atrasado a la reunión de mi grupo de la sociedad. Presidía el director de turno Francisco Prado Aldunate, quien intentaba sobreponerse ante un bullicio ensordecedor. Eran más de trescientos los igualitarios que luchaban por ponerse de acuerdo sobre la tabla de la sesión. Preferí pasar a un salón adyacente, que sirve de directorio, donde me encontré con Bilbao, Arcos, Lillo y otros cabecillas, que discutían los pasos a seguir. Pero el ruido era tremendo, y la reunión se prolongaba eternamente por las repetidas interrupciones de una masa que exigía dureza para enfrentar al gobierno, que gritaba contra la política liberticida de Manuel Montt y que descubría, cada cierto rato, a un espía del gobierno entre los asistentes, al que sacaban a golpes de pies y puños, para finalmente verlo salir rodando hasta la calle.
            Los Girondinos habían revivido en pleno centro de la capital de Chile, y la calle de San Antonio era ya la tribuna pública para los discursos y enfrentamientos violentos.
           
Isidro Jara espera a la veintena de garroteros, pero solo llegan diez.
-¿Y los demás?- pregunta al cabecilla del grupo.
-Vaya uno a saber.
            Furioso con la falta de lealtad hacia su proyecto, prefiere dirigirse con sus garroteros a la Plaza de Armas y esperar noticias. La sesión que dirige Prado Aldunate se prolonga en exceso, y ya son las diez de la noche, cuando el vigía mandado por Jara hasta calle San Antonio le informa que los igualitarios se están retirando.
            -Ya era hora. Vamos.
        Avanzando lentamente, con las varillas de membrillo y los garrotes disimulados bajo los ponchos, la pandilla llega hasta las puertas el amplio local.
Jara calcula que ya han salido los últimos y da la orden de ataque.
           
            Al igual que una jauría de perros rabiosos, el grupo de garroteros entró a nuestro edificio golpeando al que se le ponía por delante, atacando a un grupo que conversaba en torno a una de las grandes mesas de reunión.
            Lo que Jara no sabía era que en el interior aún quedábamos más de treinta igualitarios, entre estos el propio Francisco Bilbao. En medio de una confusión total nos defendimos a puños y silletazos. Nuestros gritos se escucharon en la calle y a su sonido comenzaron a regresar, a toda carrera, los miembros de la Sociedad que aun permanecían fuera. Las escasas velas encendidas cayeron con la lucha  dejando el local en tinieblas, y la confusión nos invadió a todos, pero al parecer nuestra rabia y el mayor número de defensores, hizo perder terreno a los asaltantes.
            -¡A la calle! – gritó alguien, que después supe era el mismísimo  Isidro Jara.
            Lo que no imaginábamos era que una patrulla de policía armada montaba guardia en esos momentos en la esquina cercana al local. Y los gritos y el desorden originados por la batahola fueron como una orden para que el teniente Ramón Lemus lanzara a sus policías al ataque, sable en mano. Vi caer a Bilbao, y yo recibí un violento golpe en el brazo derecho.
            Lemus, al igual que el resto de la policía y de las autoridades, desconocía el plan fraguado por el capitán Concha y el Chanchero, y penetró con su tropa al edificio en momentos en que, en medio de la oscuridad, los asaltantes intentaban salir, recibiendo de lleno los mandobles que lanzaban los policías.



            Cuando la tranquilidad volvió al lugar y pudimos encender los velones de sebo, descubrimos un cuadro desolador. Francisco Bilbao tenía heridas cortantes en una mano y en el rostro. El diputado Vial se quejaba de algunas contusiones en las costillas, y algunos igualitarios mostraban claras huellas de la golpiza. Sin embargo, le había ido peor a algunos garroteros que yacían en el suelo tumbados a sablazos, entre ellos el propio “Chanchero”, con una herida cortante en la cara.
            -¿Me permite su nombre, señor…?- Bilbao pasaba de revolucionario a aristócrata, levantando su alta y delgada figura frente al oficial que, sorprendido por la caballerosidad del herido, responde.
            -Ramón Lemus, teniente Ramón Lemus.
            -Yo soy Francisco Bilbao, y ésta es mi casa. Pero no voy a entablar demanda a estos asesinos. Prefiero dejarlos en sus manos, teniente, como un simple caso policial y no político. ¿Está usted de acuerdo?
            -Me parece bien, señor. Con su permiso.
            En esos momentos llegaban José Luis Claro y Manuel Recabarren, los que  preguntaban ansiosos por nuestra salud.
            Ante nuestra sorpresa, Lemus  formó a su patrulla y dio la orden de marcha a la columna de quejumbrosos detenidos en la que se mezclaban por igual garroteros e igualitarios. Los acompañamos lentamente hasta las dependencias del cuartel de serenos ubicado a las espaldas de la antigua casa de gobierno, en calle de Santo Domingo y del Puente.
            Y tal como lo había prometido el capitán Concha, el Chanchero terminó encerrado en la cárcel.