Saludo a todos los bomberos.
Y cómo no hacerlo, cuando esta semana hemos estado recordando los 160 años de la institución más prestigiosa de Chile. Es una sensación de nerviosismo la que nos invade a lo largo de todo el país. Casi cuarenta mil chilenos, hombres y mujeres, que han abrazado esta causa que naciera en Valparaíso en 1851 y que, cual plaga de amor al prójimo, se extiende en cada uno de nuestros pueblos y ciudades. Chilenos y extranjeros, que han dado su vida por los demás, con un espíritu que desmiente el individualismo de nuestra sociedad. ¡Qué importa que a veces no tengamos dinero para nuestras gastadas mangueras y astilladas escalas! ¡Qué importan las humillaciones de nuestros compañeros de pasión que, con un tarro en la calle, piden dinero para salvarle la vida a los mismos que le niegan la moneda! ¡Qué importa el frío en las madrugadas de invierno o los tremendos calores en los incendios forestales de verano!
Ahí están, sonriendo con sus caras tiznadas, apretando un jarro de café caliente entre las manos temblorosas de frío. Ahí los vemos marchando por las calles, orgullosos de llevar el uniforme que los identifica; ricos, pobres, porteños de Valparaíso, hijos de alemanes, italianos, o británicos; profesionales, comerciantes, choferes de taxi; luciendo su número de bronce en el casco y su cotona que ha llevado el mismo color desde que se fundaron.
Y eso lo entiende la ciudadanía, y los aplaude cuando marchan con ese ritmo extraño de los bomberos, intentando marcialidad militar, pero con el sello del voluntariado más profundo y verdadero. Qué importa el gordito, el flaco, la niña con cola de caballo simulada bajo el yelmo de fuego. Son todos parte de una falange como pocas en nuestra Historia nacional, testigos de una idea nacida el 30 de junio de 1851 en Valparaíso y cuya antorcha ha ido extendiéndose por todo nuestro territorio. Y como son orgullosos de ser bomberos voluntarios, las fronteras les han quedado estrechas, y han estado en los dramas de Haití, Bolivia, y en nuestros traicioneros terremotos, donde una vez más son los héroes silenciosos, los que nada piden a cambio, pero que son capaces de sonreír detrás del barro, las lágrimas y el cansancio.
Gracias, a cada uno de ustedes que visten la cotona del bombero voluntario. Gracias también a aquellos que sin ser bomberos, se emocionan al saber que admiran a la institución preferida por los chilenos. Porque los bomberos son el espíritu de esta nación, y mucho más. No necesitan una teletón ni un terremoto para responder de inmediato y acudir en ayuda de quien los necesita, cada día, todos los días.
Y yo me sumo a las felicitaciones, y a mis propias felicitaciones, porque soy uno más, solo eso, de esa legión hermosa que tanto orgullo es capaz de regalarnos.
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