lunes, 4 de junio de 2012

1812. El año de José Miguel Carrera.


El bicentenario de nuestra independencia nace, a no dudarlo, con la proclamación de la Primera Junta Nacional de Gobierno, el 18 de septiembre de 1810.  Pero, al parecer, son muy pocos los que recuerdan que la lucha por ser libres y constituir una nación continuó sin descanso por más de una década.

Este año 2012 deberíamos volcar nuestra mirada nuevamente al pasado, doscientos años atrás. Luego de la gesta juntista del año 10, la vorágine de los acontecimientos se va acelerando en la medida que nuevos hechos y circunstancias van modificando el sueño colonial, convertido ahora en una pesadilla para los realistas que a regañadientes habían aceptado la reunión del 18 de septiembre.

En julio de 1811 emergía la figura tan enigmática como decidida de Martínez de Rozas. Y a él le había tocado enfrentar el primer intento golpista de los seguidores del rey. Un coronel español de romántica existencia había pasado de prisionero en los castillos de Valdivia a comandante militar, cercano a Rozas, tan cercano que cuando éste viaja a Santiago desde Concepción para asumir sus altas funciones de Estado, don Tomás de Figueroa le acompaña hasta la capital.

Pero el destino le preparaba una trampa histórica. Incitado por los almidonados oidores de la Real Audiencia, levanta las tropas realistas el mismo día en que se deberían realizar las elecciones de nuestro primer congreso nacional. Y ese día 1° de abril de 1811 la Plaza de Armas veía el primer combate de lo que serían las guerras por la independencia. Derrotado, busca apoyo en los cerrados y sordos portones de la Real Audiencia. Perseguido, camina hasta el convento de las Monjitas, que tampoco auxilian al desventurado aventurero, que entonces se dirige hacia el templo de Santo Domingo. Y allí encuentra un vergonzoso refugio bajo el camastro de un fraile amigo. Poco después era traicionado, detenido y juzgado. Esa misma noche, el coronel don Tomás de Figueroa era fusilado en la cárcel pública, luego de  rechazar la absolución que le tendía el fraile de la orden de la Buena Muerte, Camilo Henríquez.

Rozas asumía la dirección del movimiento, pero las fracciones moderadas y rebeldes se van a enfrentar en el nuevo congreso, en momentos en que llegaba a Chile el sargento mayor de Húsares de Galicia, José Miguel Carrera.
Tras un golpe de estado apoya a la casa otomana, el poderoso clan de los Larraín, donde militaban las más destacadas personalidades de ese momento. Pero es dejado de lado por la soberbia de los nuevos dueños del poder. No conocían que la humillación de Carrera podía ser más peligrosa que un asalto realista. Y poco después, en noviembre, José Miguel Carrera se convertía en jefe absoluto de los destinos de Chile.
Comenzaba un nuevo estilo de gobierno ejecutivo. Por eso, al mirar por un instante doscientos años atrás, podemos imaginar al primer general en jefe del ejército patriota hacer surgir de su amplia frente las ideas que consoliden la profesión de fe independentista.

Hace doscientos años nace la primera imprenta nacional, y encarga a Camilo Henríquez la dirección del primer periódico que tuvo el país: la Aurora de Chile. Abre el país al mundo, llegando el primer cónsul extranjero, el norteamericano Joel Robert Poinset. Sabe que toda idea nueva requiere símbolos, y crea la primera bandera nacional, el primer escudo nacional, reorganiza el ejército, crea los Húsares de la Gran Guardia, y junto a otros preclaros estadistas nace el Instituto Nacional, la biblioteca, la academia de jóvenes cadetes para formar a los futuros oficiales del ejército, y el primer Ensayo Constitucional de Chile, donde marca a fuego que no existe país que pueda dictar leyes en nuestro territorio.

José Miguel, Javiera, Juan José y Luis son los rostros de una nueva época. Y junto a ellos, el legendario Manuel Rodríguez, que en esos años pasa de abogado a procurador de la ciudad y luego a secretario de estado. Todo en medio de la urgencia de construir una patria en medio de la resistencia y pusilanimidad de muchos. Las mentes más claras y decididas, como O’Higgins, Mackenna y otros pocos, se suman, no sin cierta reticencia, a la vorágine que impulsa el hombre que ha conquistado sus laureles en las guerras contra Napoleón en España.
Por eso, 1812 es el año de José Miguel Carrera. “Libertad en nuestra tierra, sin reyes y sin tiranos” como lo inmortalizó Neruda.

El nuevo cauce revolucionario solo vivirá un año. En 1813 el virrey del Perú, el “argos de cien ojos”, resuelve cortar tanta insolencia y envía la primera expedición militar para aplastar el movimiento.
Por ahora, miremos a doscientos años atrás, imaginemos al joven húsar montado en corcel por las polvorientas calles del Santiago colonial, sonriéndonos a la distancia. Chile era libre y eso era ya el primer gran paso de una nación que comenzaba recién a nacer. Quizás si el lema “después de las tinieblas la luz” que marcó nuestro primer escudo nacional tenga más sentido, o quizás si era un presentimiento.
Después de su dramática muerte, mucho tiempo después, volvería el país a reconocerlo como  Padre de la Patria.