jueves, 28 de julio de 2011

Incendio en el taller de Fermín Vivaceta

1865, 16 de enero

        En las elecciones efectuadas al cierre del año logramos que mister Meiggs fuera designado Vicecomandante, José Luis Claro asumía como director de la 3ª, y Ramón Abasolo era elegido capitán. Debo explicar que el sistema de generación de los cargos, entre los bomberos, es absolutamente democrático. El día 8 de diciembre de cada año, en recuerdo al incendio del Templo de la Compañía, los bomberos de Santiago eligen por votación a quienes serán sus oficiales para el año siguiente, pudiendo ser reelectos si demuestran la capacidad y entrega que requiere tal responsabilidad.

            -¿Hacia dónde vamos?- pregunté mientras tomaba las cuerdas para sacar la bomba a palancas.
            -Al taller de Vivaceta, en San Pablo. ¡Él mismo vino a avisarnos!
            Las llamas habían aparecido en la parte trasera del local de mi amigo Fermín Vivaceta, y lo primero que él hizo fue correr hasta el cuartel y dar la alarma. Por suerte nos encontrábamos en ese momento el teniente 4º Manuel Zamora y unos tres voluntarios, a los que se sumaron de inmediato los bomberos de la 1ª y 2ª de bombas, que sacaron su material, siguiendo a la bomba a palancas de la Poniente.
            -¡Más rápido, por favor!-, grita Fermín Vivaceta, con su barba bíblica flotando al viento y su desgarbada figura saltando junto a los adoquines de la calle del Puente. Una masa de personas rodea la cuadra, atraída por el humo y avisados por las campanas de incendio de las iglesias de Santo Domingo y Santa Ana.
            Una gran columna café indicaba que el local ardía peligrosamente, y sin pensarlo dos veces Vivaceta simplemente sacó una de las mangueras, sin esperar la orden del teniente Zamora, y pitón en ristre se metió entre las llamas, gritando desesperado para que le mandaran agua. Los operarios ya retiraban parte de los trabajos del taller, mientras bomberos y público se sumaban al trabajo en las varas de la bomba. Las palancas subían y bajaban aceleradamente para dar el máximo de presión, mientras Eusebio Benítez y José María Román, dos auxiliares que trabajaban esa tarde en la Vega, habían tomado los grandes cueros y sentándose sobre ellos en la acequia que cruzaba por San Pablo, iniciaban el trabajo de acumular agua para el mejor trabajo de las palancas hidráulicas.
            -¡Agua, por favor!
         Hasta que por fin, ridículo primero, y violento después, el blanco chorro abrazado por las llamas, iniciaba su lucha implacable. Fermín Vivaceta veía cómo parte de sus repisas, los trabajos en cartón y yeso para el cementerio, los diseños de torres de iglesias y locales para el mercado central, se pulverizaban en millones de trozos de carbón encendido.
Cuando el capitán Ramón Abasolo se hace presente, ya los pitones de la 1ª y 2ª de bombas han cerrado el paso a las llamas por detrás del local. En poco más de una hora, el fuego ha sido completamente extinguido y los bomberos iniciaban el retiro de las mangueras usadas para controlar el siniestro.
Fermín Vivaceta está pálido, parado en medio del desastre, como una estatua representando el invierno, mojado y con la barba chamuscada. Mira con angustia cada obra destruida, las maderas hinchadas, los cartones deshaciéndose en el agua y el piso de tierra apisonada cubierto de barro y carbones. Al girar, sonríe.
            -Gracias, capitán. Pudo haber sido peor.

        Ramón Abasolo se retira pensando en lo dramático de la labor del bombero, muchas veces destruyendo el camino para alcanzar y aniquilar al fuego, y una vez conseguida la victoria, solo dejar un escenario de dolor y desolación. Por eso, había abrazado a Fermín Vivaceta, ese pastor de obreros, maestro de clases nocturnas, príncipe de los artesanos. Y lo admiraba, porque a las pocas horas de haberse fundado la 3ª compañía de bombas, ese hombre, alto y delgado, de enredada cabellera negra y profundos ojos grises, había pedido un lugar en las filas.                                 
-Mister Meiggs partió a Valparaíso.
- ¿A qué fue, capitán?
- A buscar la nueva bomba a vapor y traerla a su maestranza.
-¿La bomba a vapor? Debe ser una maravilla comparada a nuestra Poniente.
-Mandó por telégrafo la noticia que traía la máquina, a la que ya están llamando “el monstruo yankee para apagar incendios”. Cómo no vamos a estar orgullosos de mister Meiggs, que gestionó la traía de esa bomba y ahora parte a buscarla él mismo para dejarla a punto de entrar en servicio. Y agregue usted a eso que también ha llegado el material para la 2ª. de Hachas, Ganchos y Escaleras.
            -Poco a poco ya tenemos lo más moderno. Qué bien.
            -Así es, Vicente. La primera bomba a vapor en Sudamérica llega a nuestro Cuerpo. ¡Qué le parece!- y se alejó sonriendo silenciosamente.

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