1865, 16 de enero
En las elecciones efectuadas al cierre del año logramos que mister Meiggs fuera designado Vicecomandante, José Luis Claro asumía como director de la 3ª, y Ramón Abasolo era elegido capitán. Debo explicar que el sistema de generación de los cargos, entre los bomberos, es absolutamente democrático. El día 8 de diciembre de cada año, en recuerdo al incendio del Templo de la Compañía, los bomberos de Santiago eligen por votación a quienes serán sus oficiales para el año siguiente, pudiendo ser reelectos si demuestran la capacidad y entrega que requiere tal responsabilidad.
-¿Hacia dónde vamos?- pregunté mientras tomaba las cuerdas para sacar la bomba a palancas.
-Al taller de Vivaceta, en San Pablo. ¡Él mismo vino a avisarnos!
Las llamas habían aparecido en la parte trasera del local de mi amigo Fermín Vivaceta, y lo primero que él hizo fue correr hasta el cuartel y dar la alarma. Por suerte nos encontrábamos en ese momento el teniente 4º Manuel Zamora y unos tres voluntarios, a los que se sumaron de inmediato los bomberos de la 1ª y 2ª de bombas, que sacaron su material, siguiendo a la bomba a palancas de la Poniente.
-¡Más rápido, por favor!-, grita Fermín Vivaceta, con su barba bíblica flotando al viento y su desgarbada figura saltando junto a los adoquines de la calle del Puente. Una masa de personas rodea la cuadra, atraída por el humo y avisados por las campanas de incendio de las iglesias de Santo Domingo y Santa Ana.
Una gran columna café indicaba que el local ardía peligrosamente, y sin pensarlo dos veces Vivaceta simplemente sacó una de las mangueras, sin esperar la orden del teniente Zamora, y pitón en ristre se metió entre las llamas, gritando desesperado para que le mandaran agua. Los operarios ya retiraban parte de los trabajos del taller, mientras bomberos y público se sumaban al trabajo en las varas de la bomba. Las palancas subían y bajaban aceleradamente para dar el máximo de presión, mientras Eusebio Benítez y José María Román, dos auxiliares que trabajaban esa tarde en la Vega, habían tomado los grandes cueros y sentándose sobre ellos en la acequia que cruzaba por San Pablo, iniciaban el trabajo de acumular agua para el mejor trabajo de las palancas hidráulicas.
-¡Agua, por favor!
Hasta que por fin, ridículo primero, y violento después, el blanco chorro abrazado por las llamas, iniciaba su lucha implacable. Fermín Vivaceta veía cómo parte de sus repisas, los trabajos en cartón y yeso para el cementerio, los diseños de torres de iglesias y locales para el mercado central, se pulverizaban en millones de trozos de carbón encendido.
Cuando el capitán Ramón Abasolo se hace presente, ya los pitones de la 1ª y 2ª de bombas han cerrado el paso a las llamas por detrás del local. En poco más de una hora, el fuego ha sido completamente extinguido y los bomberos iniciaban el retiro de las mangueras usadas para controlar el siniestro.
Fermín Vivaceta está pálido, parado en medio del desastre, como una estatua representando el invierno, mojado y con la barba chamuscada. Mira con angustia cada obra destruida, las maderas hinchadas, los cartones deshaciéndose en el agua y el piso de tierra apisonada cubierto de barro y carbones. Al girar, sonríe.
-Gracias, capitán. Pudo haber sido peor.
Ramón Abasolo se retira pensando en lo dramático de la labor del bombero, muchas veces destruyendo el camino para alcanzar y aniquilar al fuego, y una vez conseguida la victoria, solo dejar un escenario de dolor y desolación. Por eso, había abrazado a Fermín Vivaceta, ese pastor de obreros, maestro de clases nocturnas, príncipe de los artesanos. Y lo admiraba, porque a las pocas horas de haberse fundado la 3ª compañía de bombas, ese hombre, alto y delgado, de enredada cabellera negra y profundos ojos grises, había pedido un lugar en las filas.
-Mister Meiggs partió a Valparaíso.
- ¿A qué fue, capitán?
-Mister Meiggs partió a Valparaíso.
- ¿A qué fue, capitán?
- A buscar la nueva bomba a vapor y traerla a su maestranza.
-¿La bomba a vapor? Debe ser una maravilla comparada a nuestra Poniente.
-Mandó por telégrafo la noticia que traía la máquina, a la que ya están llamando “el monstruo yankee para apagar incendios”. Cómo no vamos a estar orgullosos de mister Meiggs, que gestionó la traía de esa bomba y ahora parte a buscarla él mismo para dejarla a punto de entrar en servicio. Y agregue usted a eso que también ha llegado el material para la 2ª. de Hachas, Ganchos y Escaleras.
-Poco a poco ya tenemos lo más moderno. Qué bien.
-Así es, Vicente. La primera bomba a vapor en Sudamérica llega a nuestro Cuerpo. ¡Qué le parece!- y se alejó sonriendo silenciosamente.
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