Hemos querido recordar en estas líneas a un destello literario, que como toda llama, pronto se extingue.
Se llamaba Pedro Balmaceda Toro y era el hijo menor del Presidente de la República, don José Manuel Balmaceda.
Había nacido el 23 de abril de 1868, y siendo muy pequeño un accidente protagonizado por una niñera significó la caída con graves consecuencias físicas para Pedro. Pero si su cuerpo quedó afectado por una grave deformación, de él surgió uno de los espíritus más refinados de fines de siglo.
En el salón del palacio de la Moneda, el joven Pedro organizaba tertulias literarias y musicales con lo más granado de la intelectualidad, donde eran asiduos concurrentes el joven Rubén Darío, Daniel Riquelme, Jorge Hunneus, Alberto Blest Bascuñán entre otros. Pedro destacaba por su cultura. Amaba a los clásicos, leía en francés, inglés y griego, conocía perfectamente el pensamiento crítico de Gauthier y Musset, y amaba las obras de Chopín. Y en ese pequeño círculo de amigos, Alberto Blest tocaba al piano las obras de Gounod y Massenet entre muchos más, y a veces el propio Pedro Balmaceda interpretaba a Chopin, su favorito. Manuel Rodríguez Mendoza y Vicente Grez entusiasmaban con su buen humor. Balmaceda hijo era un escritor de fuste y publicaba bajo los seudónimos de A. de Gilbert o Jean de Lucon. En 1886, en el diario “La Época”, había conocido a Rubén Darío, un joven nicaragüense de solo 19 años y escasos recursos, y le guió por las letras, convirtiéndolo en contertulio de sus reuniones. Y mientras Pedro encendía con perfumes los pebeteros de plata, Darío se echaba atrás en un sillón con tapices chinos y escuchaba las traducciones francesas que hacía Balmaceda, y los debates sobre arte, música, y poesía que entablaban los otros asistentes. Fue el propio Balmaceda quien apoyó a Darío a escribir su inmortal "Azul".
Pedro Balmaceda Toro, periodista, escritor y poeta, murió tempranamente, a los 21 años, un día 1° de julio de 1889. Fue Ruben Darío quien escribió en su recuerdo: No ha tenido Chile poeta más poeta que él. A nadie se le podría aplicar mejor el adjetivo de Hamlet: Dulce príncipe.
Fue un dolor profundo para el Presidente Balmaceda, en medio de la crisis que lo costaría la vida dos años más tarde.
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