lunes, 19 de septiembre de 2011

La Monja Alférez.

De los muchos personajes que enriquecen con sus hechos los duros años que siguen a la conquista del territorio chileno destaca una niña nacida en San Sebastián, España, allá por el 1592. Bautizada como Catalina por sus padres, que lo fueron Rodrigo de Erauso y la señora Isabel Vidarte, su progenitor, hombre de fe y mandas, la recluye en el pequeño convento del pueblo.

Pero Catalina huye la noche del 18 de mayo de 1607 (tenía 15 años), se corta el pelo, se cambia de ropas y así, disfrazada de hombre, se convierte en mandadero, pregonero y paje. Finalmente se alista como grumete, a los 19 años, embarcándose en una nave que se dirige a las Américas.

Nadie imagina que detrás del traje se esconde una mujer decidida. Toma plaza de soldado en Veracruz, México, donde en medio de guerras contra los nativos y juegos de naipe, sobresale por su valentía y audacia. En una de esas riñas de jugadores da muerte a espada a dos muchachos. Condenada a prisión, se fuga abordando una nave que se dirige al sur. Pero recién estaban comenzando sus correrías.  Llega al Callao y parte a Trujillo y desde allí a Charcas, en donde en un nocturno duelo mata al mismísimo corregidor. Catalina huye una vez más, llegando a Lima donde se incorpora a la expedición que comanda Bravo de Saravia hacia la Guerra de Arauco.

Catalina de Erauso, la monja alférez
Ya en Chile se destaca por su fiereza en el combate, y se le adjudica la muerte del toqui Aillavilú. En uno de los tantos combates Catalina es herida y enviada a Concepción. Allí bajo el título y nombre de Alférez Ramírez de Guzmán asume el mando del fuerte de Paicaví, donde una vez más da muestras de su carácter y fiereza, ahorcando al toqui Quirihuanche y provocando así la retirada de los levos que asaltaban en fuerte.

Permanece un tiempo en Arauco, pero decide viajar a Tucumán y Guamanga, y presintiendo su muerte pide confesarse con el obispo, relatándole su historia. La respuesta le sorprende, porque el obispo la reconoce como una heroína. La guerrera vuelve a Lima y toma el hábito de las Monjas Clarisas. Tiene tan solo 32 años cuando llega a Madrid, donde es recibida por el propio rey de España Felipe IV, quien le concede una pensión vitalicia y la posibilidad de acceder a una entrevista con el papa Urbano VII. En Roma, el Pontífice queda tan admirado de la historia de la mujer que le concede el uso de prendas masculinas. Catalina permanece un tiempo en Italia donde escribe sus memorias. Pero su pasado es más fuerte, y regresa a México, donde en una torpe pelea muere en 1650.

Catalina de Erauso, a quien nuestra Historia la recuerda como La  Monja Alférez, uniendo así los dos espíritus de esta indomable mujer.

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