El
bicentenario de nuestra independencia nace, a no dudarlo, con la proclamación
de la Primera Junta Nacional de Gobierno, el 18 de septiembre de 1810. Pero, al parecer, son muy pocos los que
recuerdan que la lucha por ser libres y constituir una nación continuó sin
descanso por más de una década.
Este año 2012 deberíamos volcar nuestra mirada nuevamente al pasado, doscientos años atrás. Luego de la gesta juntista del año 10, la vorágine de los acontecimientos se va acelerando en la medida que nuevos hechos y circunstancias van modificando el sueño colonial, convertido ahora en una pesadilla para los realistas que a regañadientes habían aceptado la reunión del 18 de septiembre.
Este año 2012 deberíamos volcar nuestra mirada nuevamente al pasado, doscientos años atrás. Luego de la gesta juntista del año 10, la vorágine de los acontecimientos se va acelerando en la medida que nuevos hechos y circunstancias van modificando el sueño colonial, convertido ahora en una pesadilla para los realistas que a regañadientes habían aceptado la reunión del 18 de septiembre.
En julio de
1811 emergía la figura tan enigmática como decidida de Martínez de Rozas. Y a
él le había tocado enfrentar el primer intento golpista de los seguidores del
rey. Un coronel español de romántica existencia había pasado de prisionero en
los castillos de Valdivia a comandante militar, cercano a Rozas, tan cercano
que cuando éste viaja a Santiago desde Concepción para asumir sus altas
funciones de Estado, don Tomás de Figueroa le acompaña hasta la capital.
Pero el
destino le preparaba una trampa histórica. Incitado por los almidonados oidores
de la Real Audiencia, levanta las tropas realistas el mismo día en que se
deberían realizar las elecciones de nuestro primer congreso nacional. Y ese día
1° de abril de 1811 la Plaza de Armas veía el primer combate de lo que serían
las guerras por la independencia. Derrotado, busca apoyo en los cerrados y
sordos portones de la Real Audiencia. Perseguido, camina hasta el convento de
las Monjitas, que tampoco auxilian al desventurado aventurero, que entonces se
dirige hacia el templo de Santo Domingo. Y allí encuentra un vergonzoso refugio
bajo el camastro de un fraile amigo. Poco después era traicionado, detenido y
juzgado. Esa misma noche, el coronel don Tomás de Figueroa era fusilado en la
cárcel pública, luego de rechazar la
absolución que le tendía el fraile de la orden de la Buena Muerte, Camilo
Henríquez.
Rozas
asumía la dirección del movimiento, pero las fracciones moderadas y rebeldes se
van a enfrentar en el nuevo congreso, en momentos en que llegaba a Chile el
sargento mayor de Húsares de Galicia, José Miguel Carrera.
Tras un
golpe de estado apoya a la casa otomana, el poderoso clan de los Larraín, donde
militaban las más destacadas personalidades de ese momento. Pero es dejado de
lado por la soberbia de los nuevos dueños del poder. No conocían que la humillación
de Carrera podía ser más peligrosa que un asalto realista. Y poco después, en
noviembre, José Miguel Carrera se convertía en jefe absoluto de los destinos de
Chile.
Comenzaba
un nuevo estilo de gobierno ejecutivo. Por eso, al mirar por un instante
doscientos años atrás, podemos imaginar al primer general en jefe del ejército
patriota hacer surgir de su amplia frente las ideas que consoliden la profesión
de fe independentista.
Hace
doscientos años nace la primera imprenta nacional, y encarga a Camilo Henríquez
la dirección del primer periódico que tuvo el país: la Aurora de Chile. Abre el país al mundo, llegando el primer cónsul
extranjero, el norteamericano Joel Robert Poinset. Sabe que toda idea nueva
requiere símbolos, y crea la primera bandera nacional, el primer escudo
nacional, reorganiza el ejército, crea los Húsares de la Gran Guardia, y junto
a otros preclaros estadistas nace el Instituto Nacional, la biblioteca, la
academia de jóvenes cadetes para formar a los futuros oficiales del ejército, y
el primer Ensayo Constitucional de Chile, donde marca a fuego que no existe
país que pueda dictar leyes en nuestro territorio.
José
Miguel, Javiera, Juan José y Luis son los rostros de una nueva época. Y junto a
ellos, el legendario Manuel Rodríguez, que en esos años pasa de abogado a
procurador de la ciudad y luego a secretario de estado. Todo en medio de la
urgencia de construir una patria en medio de la resistencia y pusilanimidad de
muchos. Las mentes más claras y decididas, como O’Higgins, Mackenna y otros
pocos, se suman, no sin cierta reticencia, a la vorágine que impulsa el hombre
que ha conquistado sus laureles en las guerras contra Napoleón en España.
Por eso,
1812 es el año de José Miguel Carrera. “Libertad en nuestra tierra, sin reyes y
sin tiranos” como lo inmortalizó Neruda.
El nuevo
cauce revolucionario solo vivirá un año. En 1813 el virrey del Perú, el “argos
de cien ojos”, resuelve cortar tanta insolencia y envía la primera expedición
militar para aplastar el movimiento.
Por ahora,
miremos a doscientos años atrás, imaginemos al joven húsar montado en corcel
por las polvorientas calles del Santiago colonial, sonriéndonos a la distancia.
Chile era libre y eso era ya el primer gran paso de una nación que comenzaba
recién a nacer. Quizás si el lema “después de las tinieblas la luz” que marcó
nuestro primer escudo nacional tenga más sentido, o quizás si era un
presentimiento.
Después de
su dramática muerte, mucho tiempo después, volvería el país a reconocerlo
como Padre de la Patria.
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