El sábado 20 de diciembre de 2008 me entregaron la pequeña barra dorada donde se leía “45 años”. Cuarenta y cinco años es un tiempo de reflexión para los que hemos entregado la mayor parte de nuestra existencia al Cuerpo de Bomberos. Y mientras un Director Honorario me pasaba en la mano la delgada barrita, tan cargada de años de servicio, sentí que cumplía con un deber asumido en la infancia: ser bombero.
Recuerdo las imborrables imágenes de los grandes incendios de mi infancia, cuando junto a mi padre y hermano, mirábamos el trabajo de los bomberos, arriesgando su vida en medio de un mar de llamas. Sus siluetas negras, recortadas contra ese telón naranja, me hablaba de héroes desconocidos, y mi pasión por ser uno de ellos se iniciaba en una época de pantalones cortos.
Esperé seis años hasta que cumplí la edad reglamentaria. Mis héroes de la infancia, a quienes acompañé siempre en sus incendios, me abrían las puertas del cuartel.
¿Por qué me he mantenido llevando la cotona de trabajo hasta ahora, con los años suficientes para aprovechar mi tiempo en otras actividades, que nunca han sido pocas?
Porque sentí, desde ese primer día en que adquirí conciencia de lo dramático de un incendio, y de la acción arriesgada y humanitaria de esas figuras recortadas contra las llamas, que debía responder a esa misión voluntaria, silenciosa, pero de un humanismo tan grande, que hoy, con esa barra pequeña, dorada, donde leí con emoción la frase “45 años”, puedo sentir el orgullo de no haberle fallado a esos héroes desconocidos de mi infancia.
Como un camino paralelo a nuestra existencia, bomba y realidad se han combinado sin descanso. En el hogar, como en la Compañía , debimos enfrentar problemas, porque somos seres humanos, con sus debilidades y fortalezas, sus sueños y fracasos. La pasión por el número, tan acendrada en los bomberos, es a esas alturas un distintivo que solo es comparable al amor por nuestros seres más queridos. Y si, así como en la vida, fracasamos en nuestros amores primeros para descubrir un nuevo ser que nos llena de esperanzas, así también, la pasión por el número de pronto deja de serlo, cuando un nuevo número nos llena de amistad y compromiso, de pasión y sueños.
Así me ha ocurrido en la vida y en la bomba, como a muchos bomberos a quienes he tenido el privilegio de conocer.
¿Por qué aún soy bombero? Porque descubrí un espacio propio, donde yo podía entregar algo personal al trabajo de incendio y rescate. Apasionado de la Historia , comencé a sumergirme en los viejos libros de los cuarteles, documentos que nos hablaban de otros tiempos, de otros nombres, de otras pequeñas historias.
A poco de entrar, me incorporaba a la Comandancia como Ayudante General, y caminaba por los altos salones imaginando escuchar las voces de los fundadores, recogiendo las miradas de personalidades eternizadas en lienzo y pintura, aprendiendo sus nombres, preguntando quiénes eran, tratando de descubrir en los severos rostros de nuestros mártires el pequeño instante donde la muerte y la gloria se fundían eternamente.
Incendios y estudio, guardia nocturna y universidad. Y de pronto, el cintillo de oficial, de teniente, capitán y luego la faja de director. Y recién comenzamos a darnos cuenta que algunas pícaras canas comienzan a aparecer, casi junto con los nietos.
Porque la vida ha sido constantemente paralela, como si una de ellas no pudiese sobrevivir sin la otra.
Soy bombero porque es la manera más eficiente de devolverle la mano a la sociedad. Sin la riqueza que permite crear beneficencias, el bombero tiene en su acción la nobleza de una misión profunda, verdadera, concreta. Cuántas madrugadas arriba de un techo cubierto de humo, a diferencia de otros cuyas madrugadas se prolongan en la distracción. Cuántos amigos que han dependido de nosotros en el riesgo, como nosotros mismos hemos dependido de ellos. Cómo olvidar a ese anónimo bombero que se lanzó al vacío para evitar que yo cayera hacia la muerte, desde lo alto de la cúpula del Palacio de Bellas Artes. Amigos de toda una vida, siempre cerca en lo momentos difíciles, más allá del número, más allá de ser de escalas o de agua, unidos en el rescate doloroso, en la tensión de una armada mientras vemos que las llamas cobran su espacio y sus víctimas; temores a veces, alegrías en otras; misión llevada hasta el extremo, en el silencio, en el anonimato. Pero amigos siempre, unidos por ese compromiso inviolable del servicio.
Cuando yo era niño, la prensa hablaba de los bomberos, las empresas mostraban avisos donde aparecían las máquinas veloces, los rostros de los grandes personajes, las historias del Templo de la Compañía, de la epidemia del cólera, del incendio del cuartel de la Artillería. Y yo soñaba que era parte de esa Historia. Casi medio siglo después no veo avisos saludando el aniversario de los bomberos, ni crónicas destacando la apasionante entrega de los nuestros, pero pienso que hay una razón comprensible. Hoy el interés se centra en la distracción y la rentabilidad más que en los valores más profundos. Pero me queda la satisfacción emocionante de ver nuevos jóvenes que golpean las puertas de nuestros cuarteles, integrándose a las filas de cada compañía. Afuera los encandila el mundo de las luces, las pantallas y la nada convertida en espectáculo. Pero prefieren estar en sus cuarteles, atentos a tripular el carro porque la comunidad los necesita.
Por eso soy bombero. Por los de mi generación, por los de las generaciones anteriores, y por los de las generaciones de hoy, a quienes vamos entregando lo que aprendimos, traspasando nuestras tradiciones, y aprendiendo junto con ellos las nuevas tecnologías, las nuevas herramientas de trabajo.
Ese espíritu marcado por la voluntad, por el deber voluntariamente asumido, por servir aunque las fuerzas flaqueen, me hacen ser parte de esa legión más que centenaria de hombres de bien, que han puesto al “otro” antes que el yo.
Por eso, por todo eso y muchas otras razones más, soy orgulloso de haber tomado una decisión de por vida, donde he visto morir a mis amigos, donde he llorado con el rostro sucio de barro, y donde nos hemos abrazado cuando una nueva barrita dorada se prende en nuestra cotona de parada.
Antonio Márquez Allison
Voluntario Honorario de la Catorce.
que bueno leer historias que nos enseñan a seguir por el camino que nos lleva (no directo) hacia lo que más nos apasiona.
ResponderEliminar¡saludos!