sábado, 11 de junio de 2011

DON MATEO DE TORO Y ZAMBRANO

 “Aquí está el bastón, disponed de él y del mando”.

Con estas breves palabras, terminaban tres siglos de colonia y comenzaba la aurora de la independencia. Era el 18 de septiembre de 1810, y el presidente de Chile, don Mateo de Toro y Zambrano, se convertía en el instrumento, quizás si inconsciente, del gran paso de una época a otra.
Algunos dirán que la Primera Junta Nacional de Gobierno significó la independencia de Chile, y otros menos exagerados, dirán que solo fue una junta de santiaguinos que sirvió para proclamar nuestra adhesión al rey d España.
Pero,  a partir de ese momento, los hechos se precipitaron y tres años más tarde, Chile se trasformaba en campo de batalla de la independencia.

La vida de don Mateo de Toro y Zambrano comienza en Santiago el 20 de septiembre de 1727, en medio de una de las familias más poderosas de la capital. Cargos públicos destacados, figuras importantes, regidores y alcaldes por ambas familias paterna y materna; por tío un obispo, y relaciones claves, serán el entorno en que va a crecer el muchacho.
Su tío, José de Toro y Zambrano, obispo de Concepción, quiere para el joven, y ya huérfano Mateo de Toro, un puesto en la Iglesia, pero el muchacho se las arregla para poner una tienda de géneros en la Plaza de Armas y comienza a ahorrar sus primeros pesos.
Y el obispo no pone objeciones cuando Mateo le informa que se va a casar. Y con
Nicolasa Valdés y Carrera, su sobrina en segundo grado, hija de doña Francisca de Borja de la Carrera y Ureta, descendiente de los Carrera Iturgoyen, “de buen caudal” como dirían en aquella época.

No se había equivocado el joven Mateo al poner sus ojos y sus intereses en doña Nicolasa, tan socorrida de bienes espirituales como materiales.
Y el 3 de mayo de 1751, se casaban.
Ese mismo mes de mayo, en la medianoche del 24 al 25, un terremoto destruía la ciudad de Concepción, y mientras la gente huía en medio de la oscuridad hacia los cerros, el mar se retiraba dejando seca la bahía, para regresar con toda la furia y arrasar hasta los cimientos a la ciudad mártir. Terremoto y maremoto.

A todo esto, don Mateo se hacía cargo de sus tías solteronas, las que van muriendo una a una. Su tío obispo se siente viejo, y decide venir al lado de don Mateo que ya se ha convertido, a pesar de la juventud, en un hombre de gran fortuna, gracias a su trabajo y… a los bienes de doña Nicolasa.
El buen obispo y padrino de don Mateo, don José de Toro Zambrano, sin embargo nunca recibe respuesta de España para dejar el cargo, y muere en 1760, legando a su sobrino toda su fortuna.

Mateo se mueve rápidamente, escribe al rey y recibe las propiedades, dineros, esclavos y muebles del difunto tío. La más importante es una propiedad de calle Nueva de la Merced.  Ella se agrega la hacienda de Huechún, la hacienda de San Diego, las tierras al oriente del río Pangue; la hacienda de Parquín en el Maule y, que había pertenecido a los dominicos; la chacra de Chuchunco, y setecientas cuadras en Panilogo, Paredones.
Mateo era joven y rico. Pero, faltaba la guinda de la torta. Desde temprana época
había puesto también su espada al servicio del rey en muchas oportunidades. Se fue a las guerras de Arauco y obtuvo así el grado de capitán del real regimiento de caballería.
Entonces, tenía 22 años. Y a los 23 era nombrado gobernador de Chiloé, y más tarde lo era de la Serena, ante la amenaza de unos filibusteros ingleses. Una vida destinada a servir a su rey, su señor.

Pero, aún faltaban dos grandes compras. En particular una casa conocida por todos como la “casa colorada”.
Pues bien, a la muerte de su tío, el obispo, don Mateo necesitaba una mansión más de acuerdo a sus títulos. Y compró una amplia propiedad en calle de la Merced, que pertenecía a su difunto suegro. Y pagó dieciocho mil pesos de entonces. ¡Una fortuna! Pero se las arregló para que finalmente pagara su suegra, doña Francisca de Borja de la Carrera. Pero como sentía que la mansión le quedaba estrecha, compró la propiedad del lado poniente que pertenecía a don Agustín Tagle.
Pagó  otros cinco mil quinientos pesos más.
Y aprovechando la expulsión de los jesuitas, ocurrida en 1767, y cuyas inmensas propiedades pasaron a remate en 1771, adquirió la llamada hacienda de Rancagua, que nosotros conocemos como el pueblo de la Compañía.
Eran  8.775 cuadras y media, de gran calidad agrícola, que incluía 38 esclavos, 7.709 cabezas de ganado vacuno, 4.913 de ganado ovejuno, 70 cabras, 525 caballos, 1.239 yeguas, 104 burros y 540 mulas. Y si eso fuera poco, la compra incluía la iglesia, las casas que habitaron los jesuitas y las grandes bodegas.
Fueron 139.500 pesos, a los que debió sumar 90.000 pesos de capital y 40.500 de intereses. Para ello puso en garantía todas sus propiedades. Y se quedó con la Hacienda de la Compañía.

Los apacibles años de don Mateo se van mezclando con cargos, yernos y nueras. La Casa Colorada, en pleno centro de Santiago, y hoy Monumento Nacional y Museo, se convierte en el centro de la actividad política del país.
Y tenía su carácter, don Mateo. Un día, siendo gobernador de Chile el terco Ambrosio O’Higgins, quiso celebrar el ascenso del nuevo rey, don Carlos IV, con una festividad especial. Invitó a las celebraciones en Santiago a ciento veinte indígenas capitaneados por el comandante don Pedro José Benavente. Y, para el traslado, solicitó a los grandes hacendados que proveyeran las cabalgaduras, gratuitamente.
Don Mateo, dueño de la Hacienda de la Compañía, que quedaba en pleno camino de la comitiva, estalló en rabia. Él tenía demasiados títulos para aceptar tamaña orden y rechazó la solicitud. El gobernador O’Higgins estalló a su vez en céltica ira y replicó que era una orden y la rubricó en un decreto.
Don Mateo de Toro y Zambrano apeló a la Real Audiencia. O’Higgins no dio paso al recurso señalando la incompetencia del tribunal. La Real Audiencia entró en litigio de competencia con el gobernador O’Higgins, terminando el pleito en los salones del Consejo de Indias en España. Ahora, era el mismísimo rey de España quien debía resolver. Sólo que el juicio había comenzado en 1789, el año de la revolución francesa, y el rey solo resolvería en 1793, ¡cuatro años más tarde!
Había temas más importantes que resolver.
Le dio la razón al gobernador O’Higgins, pero la ceremonia se realizó sin los caballos de don Mateo de Toro y Zambrano.


¿Sabe usted qué pasaba en el mundo cuando don Mateo peleaba con don Ambrosio?

Cuando en 1789 ambos personajes se enfrascaban en una disputa por los caballos que debía facilitar don Mateo de Toro y Zambrano, en París estallaba la Revolución Francesa.-
Y George Washington era designado presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

:La desconocida personalidad de don Mateo de Toro y Zambrano, un personaje de de quien, para muchos de nosotros, solo conocemos su nombre, y sin embargo, fue el primer presidente de la Primera Junta de Gobierno en Chile.

Del matrimonio de don Mateo y doña Nicolasa de Valdés nacieron cuatro varones y cuatro mujeres. Los tres primeros varones, José María, José Gregorio y Eusebio Joaquín, fueron enviados a estudiar a España.
José María hizo la carrera militar en España como artillero, y combatió en Portugal, y estuvo en las expediciones a América, incluyendo Buenos Aires. Pero quedó gravemente herido, y obtuvo del rey permiso para visitar a su familia en Chile. Pero la nueva guerra con Inglaterra, en 1779, obligó al gobernador de Chile, don Agustín de Jáuregui, a mandarlo como inspector a las islas Juan Fernández, y luego a Valparaíso y a otros lugares.

Efectivamente, la salud de José María Toro iba decayendo cada vez más, en medio de un trabajo intenso, agobiador. Finalmente fallecía en brazos de su padre don Mateo de Toro y Zambrano. Tenía 26 años.

Su segundo hijo, José Gregorio, siguió también la carrera de las armas en España, alcanzando brillantes títulos y honores, y el grado de teniente coronel del Regimiento del Rey, y caballero de la Orden de Santiago. Pero, previsor, se mantuvo soltero hasta que conoció a doña Josefina Dumont y Miquel, de nobles ancestros, y se casaron. Y en 1804, después de treinta años de ausencia, regresaba a Chile.
El Santiago que encontró José Gregorio era totalmente distinto a la aldea que dejó al partir. Don Mateo tenía ya 77 años, y en la capital las sucias calles de tierra ahora estaban enlosadas; había un Tajamar con hermosos paseos que protegía a la ciudad de los desbordes del río; y Joaquín Toesca, el arquitecto italiano contratado por el gobierno, había levantado los espléndidos palacios de la Audiencia y el Cabildo, además de la nueva iglesia Catedral.
Y doña Josefina Dumont, la española esposa de su hijo José Gregorio, al casarse, se hacía dueña de los títulos de Castilla y, a través del mayorazgo instituido por el propio don Mateo, al que puso como garantía la Casa Colorada, avaluada en una fortuna por el propio Toesca, como así también la Hacienda de la Compañía, tasada en una fortuna similar.

“Claro, clarito. Todo eso para mi hijo y para ella” había dicho el socarrón personaje.

Pero en Chile y en el mundo ocurrían sucesos muy importantes. España era invadida por Napoleón Bonaparte, y en nuestro país, el gobernador español Antonio García Carrasco era depuesto por un movimiento popular destinado a derribarlo, más que a proclamar la independencia. Las autoridades buscaron un reemplazante mientras resolviera la corona. Y las miradas se volvieron hacia don Mateo de Toro y Zambrano.

Y, en julio de 1810, lo designaban como nuevo presidente de este reino de Chile. Eran días difíciles, si recordamos que a las dos semanas de haber asumido, recibía una nota en que se le informaba del establecimiento de un Consejo de Regencia en España, en ausencia del bienamado rey, prisionero de los franceses, y con órdenes perentorias del ministro Harmasas para que se jurara obediencia a ese Consejo. ¿
Los monárquicos se movieron para que citara a esta ceremonia…
Y los que no querían reconocerlo y aspiraban a un Cabildo Abierto como el de Buenos Aires, presionaron para que don Mateo no citara al pueblo para obedecer el mandato de España.

Y comenzaron las presiones.
El Regente de la Real Audiencia, Rodríguez Ballesteros, se puso de inmediato en acción para que Mateo de Toro y Zambrano reconociese al Consejo de Regencia. Y para eso, desarrolló un plan que tenía a doña Josefina Dumont como actor principal.

Evocando los dichos de aquel entonces, seguramente doña Josefina debe haberle contestado al empingorotado regente: “Deje al “tatita” a mi cargo, señor Regente. Que para defender los intereses de su majestad no hay otra más indicada que yo. Y le puedo asegurar que don Mateo sólo me escucha a mí”.
Pero, Rodríguez Ballesteros no debe haber quedado muy tranquilo, porque junto a son Mateo revoloteaba un par de pícaros independentistas disfrazados de secretarios de su excelencia: los señores Gaspar Marín y José Gregorio Argomedo.

Comenzaban a vivirse los días más importantes en la vida de don Mateo de Toro y Zambrano. Mientras Josefina Dumont y al Regente Ballesteros, organizan su plan para lograr el reconocimiento del Consejo de Regencia en España, los futuros “patriotas” hacen lo mismo, pero para impedirlo.

Elevado a la dignidad de Presidente del reino de Chile, don Mateo no ha alcanzado a disfrutar de su nuevo cargo. Aires de crisis en España y pugna entre realistas y patriotas en Chile, lo dejan sin dormir.

Fueron días difíciles incluso para la familia de don Mateo, ya que al interior de ella
pugnaban ambas posiciones, donde destacaba el menor de los hijos, Domingo Toro que,  permaneciendo en Chile, había labrado sólida amistad con los insurgentes.

Los monárquicos, leales al bienamado rey, pidieron al Conde que fijara la ceremonia para el día 18 de agosto, a las 11 de la mañana. Pero muy7 pronto los patriotas hablaron con Domingo para ampliar el plazo hasta el 21.
Y no solo lo lograron, sino que fueron influyendo en don Mateo para citar a un Cabildo Abierto y así decidir sobre el futuro del país. Los patriotas querían transformar el solemne reconocimiento del Consejo de Regencia en un acto que proclamara una junta nacional. Y el 21 de agosto, en medio de la crisis de ambos bandos políticos, nuevamente fracasó el intento. Pero, en esos días llegaba un ejemplar de la Gaceta, desde Buenos Aires, donde se informaba que en el mes de julio se había establecido una Junta Nacional de Gobierno en la capital del virreinato de La Plata.

Era lo que necesitaban los insurgentes. Y comenzaron a presionar, a reunirse en todo momento. Ya nadie hablaba más que de citar a un Cabildo Abierto.
En la noche del miércoles 12 de septiembre llegaba hasta la casa del mandatario un grupo de alcaldes y otras personalidades para exigirle que llamara a Cabildo Abierto. Alertados, los realistas se habían apoderado del cuartel de la artillería.
En medio de la excitación reinante, los patriotas obtenían de don Mateo el llamado a un Cabildo Abierto para el 18 de septiembre.


Por fin había fecha. Y ese 18 de septiembre de 1810, don Mateo de Toro y Zambrano presidió la sesión del Cabildo Abierto, dormitó unos minutos y fue proclamado Presidente de la Primera Junta Nacional de Gobierno. Le faltaban tan solo dos días para cumplir ¡los 83 años de edad!

La ceremonia había durado hasta las 3 de la tarde, y don Mateo se retiraba a su Casa Colorada escoltado por las nuevas autoridades mientras la gente que se arremolinaba en torno a los nuevos personajes.
Y esa noche, la ciudad de Santiago celebraba con bandas y luminarias la proclamación de la Primera Junta Nacional de Gobierno.


Terminaba así la larga preparación de esta fiesta nacional. Don Mateo intentó, a pesar de los años, ayudar en las tareas del nuevo gobierno. Pero en enero de 1811 un golpe terrible sacudió al anciano. Doña Nicolasa Valdés, su compañera de toda una vida, entregaba su alma a Dios.
Fue un dolor demasiado terrible para don Mateo de Toro y Zambrano. Y pocos días después, el 26 de febrero de ese mismo año 1811, don Mateo partía a buscar a su querida Nicolasa.

¿Qué dijeron de él sus contemporáneos?
Fray José Javier de Guzmán lo conoció de cerca. Decía que era el señor Conde de la Conquista un hombre sumamente pacífico, bondadoso, prudente y dócil a los consejos de los sabios, a quienes siempre consultaba en sus dudas… Se hacía amable de todos los que le comunicaban y frecuentaban su casa.

O la opinión de José Perfecto Salas, allá por 1762, cuando la vida pública de don Mateo comenzaba. “Honra del criollismo; pocas palabras; mucho juicio; gran caudal, muy hombre de bien”.

Don Mateo de Toro y Zambrano, nuestro primer gobernante de la Patria Vieja.



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