sábado, 11 de junio de 2011

El primer submarino chileno

La Tragedia del Buque-Cigarro.

Entre las páginas más sorprendentes de nuestras tradiciones destaca un hecho a veces olvidado.
En 1866 Richard Wagner estrenaba Los Maestros Cantores. Y, ese mismo año, nuestro país echaba al agua su primer submarino, en una época en que su construcción aún estaba en estudio en todo el mundo.

La idea de fabricar submarinos tenía ya dos siglos, desde que el holandés Cornelio van Drebbel probara el primer bote sumergible en Londres, allá por 1620.
 Luego, un religioso francés, el padre Marsenne, inventa un bote sumergible provisto de un cañón que disparaba bajo el agua; hasta que el norteamericano Fulton sumerge su famoso Nautilus a comienzos del siglo diecinueve, nombre que recogería más tarde Julio Verne para su inmortal 20.000 Leguas de Viaje Submarino.

Y volvamos a Chile, al puerto de Valparaíso, donde el marino alemán Carlos Fachs, que había formado familia en nuestro país, decide construir un submarino siguiendo el diseño de otro alemán del puerto, Herr Benen.

Ese año 1866 Chile estaba en una ya larga guerra contra España, apoyando al Perú, y el almirante de la flota española podía ver con su catalejo la construcción del temible artefacto en las playas porteñas. Pero, sucesos ajenos impidieron el enfrentamiento tecnológico. El almirante José Pareja, que así se llamaba, al saber que la goleta Covadonga había sido capturada por los chilenos, se suicida. Y, aunque parezca broma de mal gusto, el submarino fue botado descuidadamente por lo operarios y se perdió en el fondo de la bahía.

Y mientras se iniciaba la construcción de un nuevo submarino, la escuadra española, ahora al mando del almirante Casto Méndez Núñez, simplemente resolvió bombardear el puerto.
Y aunque usted no lo crea, el 31 de marzo de 1866, más de 2.500 bombas cayeron sobre la ciudad, mientras el alemán Fachs seguía trabajando en su nave sumergible.

¿Qué ocurrió? 
Fachs terminó a mediados de abril su famoso submarino, y lo probó en las aguas del puerto. Tenía 10 metros de largo y  escotillas de cristal, compás de navegación y una maquinaria ingeniosa, como la llaman las crónicas, para renovar el aire. Y finalmente, un cañón de buen calibre instalado a proa.

A fines de abril lo probó de nuevo, y se sumergió a 4 brazas de profundidad, poco más de 7 metros 50. Una hora más tarde emergía triunfante.
Cuentan las tradiciones que Fachs invitó a las autoridades para la demostración de su obra, pero que el Presidente de la República, José Joaquín Pérez, al observar el artefacto metálico, miró cazurro al alemán y sólo le dijo: "¿Y si se chinga?"

Y la prueba se suspendió.
Días después, Fachs se metió en su submarino junto a los 10 tripulantes que personalmente designó, e incorporó a su hijo Carlos Fachs, de tan solo 14 años. Y partió al medio de la poza, sumergiéndose a una profundidad de 30 brazas.
Cuentan que demostró la excelente técnica del barco sumergiendo y emergiendo en más de tres oportunidades. A las 9 de la mañana de ese día 3 de mayo se hundía y no volvía a la superficie. Se fue llenando de público, llegaron las autoridades, alguien dijo que Fachs iba a estar diez horas sumergido.

Pero llego la noche, y no apareció.
Al día siguiente, el buzo de la gobernación  no logró verlos. Dos días después el Mercurio rendía un homenaje al malogrado alemán y a su hijo.


Se intentó todo, pero el fondo fangoso de la bahía simplemente se lo tragó.
Y aún está, ese primer submarino chileno, enterrado en el fondo de la mar desde 1866.
Valía la pena recordarlo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario