viernes, 15 de noviembre de 2013

Un mundo recuperado tres mil años después



Fue un día sábado 29 de abril cuando llegamos con mi hermano a la casa del arquitecto Julio Valdés. Alberto tendría unos 14 años y yo tres menos, y habíamos sido invitados por este señor después de haber asistido a una conferencia en la sala Le Caveau de la Librería Francesa, que quedaba en la segunda cuadra de calle Estado, en Santiago. En esa ocasión habíamos llegado luego de ver un aviso en la prensa que invitaba a una conferencia sobre las campañas de Napoleón. Al bajar al primer subterráneo de la librería quedamos deslumbrados. A los costados del salón se exhibían hermosas vitrinas iluminadas con las grandes batallas de Napoleón, reproducidas a la perfección en pequeñas figuras planas de metal, pintadas a la perfección. 

Nos quedamos pegados al vidrio que mostraba, con cientos de figuras, una escena de la noche anterior a la batalla de Austerlitz. El emperador Napoleón se veía sentado, con un pie estirado y apoyado sobre un tambor, rodeado por sus mariscales, mientras los soldados marchaban saludándolo. Era emocionante ver esa escena de 1805 recuperada en un diorama 150 años después.

Fue tal nuestra impresión que el autor del diorama, el arquitecto Julio Valdés, nos invitó a su casa para conocer su colección donde llegamos días después. Era como llegar a un templo, donde miles de figuras de distintos países y distintas épocas formaban en columnas de combate, o defendían un gran castillo medieval, o se desplegaban por una campiña perfectamente recreada.

Ese fue el inicio de nuestra relación con las maquetas. Como no teníamos los ingresos para comprar las figuras, las hacíamos con un alfiler, al que agregábamos una pequeña bola de plasticina  para hacer la cabeza, y luego el cuerpo, las piernas, los brazos, las mochilas, los morriones, los fusiles, y después pintábamos las figuras con pequeños tarros de esmalte. Y así revivimos la batalla de Waterloo, con sus cargas de caballería, el avance de las columnas y el estruendo imaginario de los cañonazos extendidos en un viejo tablero de dibujo de papá, cubierto con plasticina simulando la topografía del campo de batalla.

Hoy, los dioramas que hicimos años más tarde con mi hermano se exhiben en el Museo Histórico de la Casa Colorada, en el Museo Histórico y Militar, en el norte y en otros lugares. Ya no los hacíamos de plasticina, sino que eran figuras  a escala que se venden en lugares como la Juguetería Alemana o en los altos del Centro Apumanque. Y he seguido coleccionando y pintando figuras con mi hijo Alejandro, un experto en pinturas en miniatura, para que algún día pueda crear un Museo de la Antigüedad. Mientras tanto, seguirán acumulándose en la bodega de mi casa. Les entrego algunos ejemplos del trabajo que estamos haciendo.

Pero el placer de ver a las falanges de Alejandro el Magno enfrentando a los cientos de guerreros persas, con sus carros falcados y elefantes de guerra; o los honderos asirios, guerreros troyanos, hititas, mayas, aztecas, cruzados, sarracenos o escoceses, es una experiencia realmente única, con más de 8.000 figuras que se van pintando y guardando en pequeñas vitrinas o en cajas con una clara identificación.

Algún día, sueño, ese museo será un regalo para todos.

2 comentarios:

  1. Hola Antonio, me acordé de la época de Márquez y Asociados, en esos años estabas haciendo figuras de plomo con unos moldes que me parece eran de resina. Un abrazo maestro.

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