Pasaron los años y uno de sus hijos, Nicolás - dramáticamente fallecido poco después en un accidente - trabajó en mi pequeña agencia junto a mi hijo Andrés, cuando ambos empezaban a dar sus primero pasos en la profesión de sus padres.
Fueron muchas pequeñas historias que compartimos, a veces pernoctando en mi casa, otras conversando en el viejo bar del Congreso, y que dieron profundas y emotivas bases a nuestra amistad de cinco décadas.
El viernes pasado lo despedimos en una parroquia rebosante de senadores, ex ministros, familia y amigos. Era un personaje y así quedó de manifiesto en ese triste momento.
Mientras lo recordemos, Santiago del Campo seguirá vivo entre nosotros.
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