lunes, 20 de agosto de 2012

Despedida de Alberto

Me han pedido que publique mis palabras de despedida en los funerales de Alberto el día Catorce.
Y estas fueron:

Querido hermano, único hermano y compañero de toda mi vida.

¿Te acuerdas cuando, siendo niños, nos dividimos la Historia del Mundo? Yo, hasta los griegos. Tú, desde los romanos en adelante. Yo, el renacimiento. Tú, las guerras napoleónicas.

¿Y de las maquetas de las grandes batallas que fabricábamos con alfileres, plastecina y esmalte, y que años después fueron los dioramas que se exhiben en nuestros grandes museos militares?
Siendo estudiantes del colegio, corríamos al sonar las sirenas de incendio para admirar a esos héroes que recortaban sus negras siluetas contra el telón de llamas naranjas.

Quisimos ser bomberos y fuimos bomberos. Tú primero, yo después.

Sin imaginarlo entonces, fuiste el brillante Secretario General del Cuerpo por nueve años. Y yo siempre a tu lado, cuando creabas la revista 1863 o el Museo de los Bomberos.

En el año 1987, en el centenario de la tragedia de  los mártires Johnson y Ramírez, una nueva tragedia se estaba gestando en el interior de nuestra compañía de entonces.

Pocos podrán comprender el dolor del exilio de Alberto y tantos otros.
Fuiste un proscrito por más de dos décadas.
Pero, ante nuestra insistencia, golpeaste la mejor puerta de los bomberos, tu querida Catorce, la de tu amigo y compadre Felipe Dawes. Y esas puertas se abrieron de par en par para recibirte de pie en medio de los aplausos.
Fue tu noche inolvidable. Volvías a ser feliz.

Y cuando vivías el mejor momento de tu vida.
Cuando la catorce te elegía secretario a un año de ingresar.
Cuando preparábamos las maletas para el sueño más ansiado: ir juntos a Londres,
la noche del sábado enfrió tu aliento para siempre.

Pienso que los grandes dolores de tu vida no te dieron permiso para disfrutar la felicidad.
Y en un acto de rabia feroz, te silenció para siempre.

Pero hiciste tanto en esta vida, que el recuerdo de cada uno de ellos te mantendrá siempre vivo entre nosotros.

Si te vas preocupado, porque faltó terminar tantos trabajos por ti iniciados, te digo aquí que nuestros hijos y yo hemos tomado el desafío de cumplir la tarea que has dejado inconclusa.

Lo que me da más rabia en este instante es el vacío que me dejas, compañero de tantas ideas, porque te llevas la mitad de mí.

My one and only brother, my life partner, for all you have done, you can rest in peace.
Farewell, dear Albert.



viernes, 17 de agosto de 2012

Adiós, hermano querido.



Alberto Márquez Allison

Cuando se fue de mi casa la noche del sábado iba sonriendo. Durante más de cuatro horas habíamos estructurado el libro para los 150 años de los bomberos de Santiago, ordenado el cierre del libro sobre Historia de los Uniformes Militares  y nos habíamos dado tiempo para definir nuestro itinerario en Londres. Veía su cara radiante, como imaginando cumplir el sueño de tantos años. Ir los dos hermanos, por primera vez juntos, caminando por las calles de Londres. Es una justa recompensa a nuestro esfuerzo, me señalaba entre los cafés con queques (tradición de cada sábado), y el plato de tallarines con huevos que le ofrecía, fórmula no muy creativa de mi despensa semanal.
Alberto era un soñador y un realizador. Habíamos compartido la Historia asumiendo cada uno una parte de ella; habíamos entrado como bomberos, alcanzando cada cual destacados cargos. Fuimos a los mismos colegios, y tras dar nuestros bachilleratos, entraba en la escuela de derecho de la Chile y yo en la de periodismo. Siempre tres años después de él.
Siempre estuvimos juntos, en las buenas y en las malas. Se le ocurría hacer un diorama para un museo, y ahí estábamos todos pintando figuras, haciendo los terrenos, siempre a escala metódica, con un bagaje de información que entregaba a torrentes.  Cuando escribí la novela histórica “Fuego” leyó las quinientas páginas en tres días y me señaló las principales correcciones. Cuando quería descansar me decía “vámonos a Viña” y caminábamos por los recuerdos de nuestra infancia en el Cerro Alegre.
Tuvo momentos ingratos, humillantes para muchos (cada cual sabe a qué me refiero), y siempre salió adelante. Era un caballero de armadura frágil, siempre atento, siempre preocupado de los demás, siempre tratándome como a su hermano chico.
En el largo dolor que siguió a su separación de los bomberos y del ejército, guardó silencio. Y una vez más se levantó.
La muerte de Cristina, su esposa, fue el golpe más fuerte de su vida. Y salió adelante. Su ingreso a la Catorce, fue la recompensa magnífica a tanta postergación y mentira que se tejió en su contra. La Catorce dio un ejemplo que vale la pena conocer. Cuando  de propuso el nombre de Alberto para incorporarse a la Catorce, no tuvo voto alguno en contra. Y fue recibido con una ovación, con la compañía de pie. Y justo al cumplir un año de servicio, fue electo Secretario con un solo voto en blanco, el de él.
Ha sido una de las figuras más destacadas del Cuerpo de Bomberos de Santiago, un erudito en Historia Militar, un académico de primer nivel, creador de Museos, revistas, libros, conferencista, padre-madre de sus cinco hijos por largos años y un amigo cercano de los jóvenes voluntarios de la Compañía.
¡Qué no fue Alberto! Como diría Rubén Darío.
Lo más importante para mí, es que fue mi hermano, mi socio en cuanta aventura se le ocurrió. Por eso, al despedirle en el cementerio el martes 14, ¡Catorce! en medio de bandas militares, gaiteros, descargas de fusil y campanadas de la bomba, sentí que perdía la mitad de mi.
Seguramente ya estás conversando con nuestro amigo Felipe Dawes, con quien compartiste tantos proyectos y tan hermosa amistad.
Gracias Alberto, por todo lo que fuiste y por la inmensa obra que dejaste.