martes, 25 de octubre de 2011

La desventurada existencia del almirante Pedro Sarmiento de Gamboa.


Su nombre está indeleblemente unido a la tragedia de Puerto del Hambre, en nuestras costas magallánicas. Pero su misma existencia es la de un personaje tocado por extraños designios. Dicen que nació en Galicia allá por los años 1530-1532, y que de joven se enroló en las filas del ejército imperial. Y que en 1555 viajó a México, permaneciendo por dos años y siendo enjuiciado por la Inquisición por vez primera. Logra salir y llega a Perú, donde residirá por dos décadas, Pero, una vez más, la Inquisición le echa el guante.

¿En qué malos pasos andaba nuestro personaje? Todos lo reconocían a esas alturas sus amplios conocimientos militares y navales, que sabía de cosmografía y y geografía como pocos, que estudiaba las artes de la guerra y que era un gran lector. Pero a nadie escapaba la fama de astrólogo que le acompañaba, y cayó en manos de la Inquisición limeña acusado de hechicería, no una sino dos veces. Al momento de ser condenado, lo salva el arzobispo que conmuta la pena a cambio de un viaje hacia unas islas repletas de oro en pleno Pacífico. 

Y parte en la expedición como comandante de una de las naves. El derrotero fijado por Sarmiento les habría llevado hasta Australia, pero el jefe de la expedición, un mozalbete de 22 años, cambió el curso de las naves. Y descubrieron las islas Salomón y Vanuatu. El fracaso del viaje le significó ser citado ante el virrey don Francisco de Toledo, donde su extraordinario conocimiento científico anuló los cargos que había en su contra.
Manuscrito de Sarmiento de Gamboa
El virrey Toledo tenía una extraña teoría que quiso comprobar. Y acompañado de Sarmiento de Gamboa, nombrado Geógrafo General del Virreinato, recorrió el país, con la intención de demostrar que los incas eran unos extranjeros que habían dominado cruelmente a los habitantes de Perú. Y si bien nada se logró probar en ese viaje, Sarmiento escribió su gran Historia Índica, donde en tres volúmenes hace una descripción geográfica del territorio, la historia de los incas y la conquista española hasta ese mismo año de 1572.

Solo cinco años más tarde, el corsario Francis Drake atacaba las costas de Chile y Perú. Y el virrey mandó a Sarmiento de Gamboa con dos naves a perseguirlo. Nunca lo encontró. Pero el virrey tenía  nuevos planes y manda a Gamboa con dos naves hacia el Estrecho de Magallanes, con órdenes de hacer los levantamientos geográficos de la zona y ver los puntos estratégicos para fundar defensas militares contra los piratas ingleses. Como ocurría en esa época, los temporales separaron las naves, siendo Sarmiento de Gamboa empujado hacia el Atlántico. En España hablaría con el rey para presentar su proyecto de fortificación y poblamiento.

Entusiasmado con las palabras de Sarmiento, Felipe II aprueba el proyecto y organiza una fuerte expedición con 23 naves y 2.500 tripulantes, entre ellos, el nuevo gobernador de Chile, don Alonso de Sotomayor. Pero una vez más los temporales, las deserciones y las muertes reducen la expedición. Al llegar a Buenos Aires, Sotomayor prefiere viajar a Chile por tierra. Pero nada desanima a nuestro Pedro Sarmiento. Le quedan solo cinco naves. La expedición había durado ya tres años, cuando finalmente alcanza la entrada al Estrecho de Magallanes. Y funda la ciudad más austral del mundo de su tiempo, la Ciudad del Nombre de Jesús. El mal tiempo obligó a cuatro naves a regresar a España, y él con la nave Santa María de Castro, fundaba finalmente Rey Don Felipe.
Mapa del Estrecho dibujado por Gamboa. 

Había que conseguir víveres para los colonos, y se encamina a Bahía, en Brasil, donde el gobernador le entrega su apoyo en víveres y materiales, pero su nave se hunde, se salva nadando y consigue regresar a Bahía. Consigue una nave más pequeña y se dirige otra vez al extremo austral. Era el año 1575. Pero nuevamente los temporales lo obligan a botar la carga. Regresa a Bahía, pero deserta el total de sus tripulantes. Toma una nave mercante y se dirige a España a solicitar recursos, y su mala estrella encuentra en el camino a tres naves inglesas al mando de Walter Raleigh. Es detenido y mandado a Inglaterra, donde la reina Isabel, seguramente admirada por las historias de Sarmiento, lo envía a España. Desembarcado en Francia, es encarcelado ahora por los hugonotes (1586) que piden un alto rescate, donde permanece encerrado en pésimas condiciones por tres años más. El rey Felipe se niega hasta que finalmente acepta salvar a su fiel vasallo (1589).
Después de diez años de viajes, volvía a su patria. No se olvidaba de sus colonos abandonados en el Estrecho e insiste ante su rey, pero a éste ya no le interesaba el tema, y para compensar tanta abnegación, nombra a Sarmiento de Gamboa Almirante de la Flota de Indias (1591). Pero el marino estaba agotado, inválido después de tantos años de prisión y desventuras, llevando además el tremendo dolor de saber que sus colonias no habían recibido apoyo en muchos años. Sin poder regresar, el 17 de julio de 1592 fallecía al mando de la flota cerca de Portugal.

El corsario Cavendish llega hasta las abandonadas colonias, encontrando solo muerte y desolación, rescatando solo a un sobreviviente. Antes tanta desgracia, Cavendish rebautiza el lugar como Puerto del Hambre.


viernes, 21 de octubre de 2011

La histórica Hacienda de la Compañía

Baltazar de Piñas
Uno de los episodios más importantes de los tiempos de la conquista fue la llegada de los jesuitas a Chile. Ignacio de Loyola había fundado la Compañía de Jesús en 1539, y en 1593 llegaban los primeros misioneros de la orden a Chile. En su primera prédica, el jefe del grupo, padre Baltazar de Piñas, declaró que ellos venían a ahuyentar al demonio, y que no tendrían un lugar fijo donde establecerse.   
La devota audiencia, conmovida, juntó en pocos días la suma de 3.190 pesos para que los jesuitas compraran un buen solar donde establecerse. Comenzaba así a gestarse la enorme riqueza que caracterizaría a la Compañía de Jesús en Chile.
Fueron dos prestigiosos capitanes de la Conquista, don Andrés de Torquemada  y don Agustín Briceño los que donaron a la Compañía sus viñas, haciendas y estancias ubicadas al sur de Santiago. Torquemada donó su gran hacienda, que pasó a llamarse desde entonces La Compañía.
Así, a los pocos años de haber llegado la Compañía de Jesús a Chile, ya era dueña de importantes propiedades, campos y solares. En Calera de Tango, la Compañía tenía un centro de artesanía en plata, que dará vida a maravillosos altares y orfebrerías religiosas. Y, aquí, pastarán miles de piezas de ganado.

Pero, llegó el  momento en que el rey de España decretó, por la Pragmática Sanción de 1767, la expulsión de la Compañía  de Jesús de todos los territorios del imperio hispano. Y sus propiedades fueron rematadas.
Mateo de Toro y Zambrano
Había llegado la hora para un destacado personaje de nuestra Historia. Ni más ni menos que don Mateo de Toro y Zambrano, Conde de la Conquista, y encumbrada personalidad  del Chile colonial.
Tras la expulsión de los jesuitas, sus propiedades quedaron en manos de una Junta de Temporalidades,  la que arrendó las propiedades y luego ordenó su venta. Y don Mateo era integrante de dicha Junta.

La hacienda, tasada en 72.850 pesos de la época, había sido arrendada por don Miguel Rian, quien ofreció comprarla. Don Mateo, a pesar de ser parte de la Junta de Temporalidades, ofreció ochenta mil pesos. El señor  Rian ofertó 90.000 pesos, pagaderos en 10 años. Pero don Mateo ofreció los mismo 90.000 pesos, pero pagaderos en solo 9 años. Y se quedó con la hacienda de la Compañía.
José Miguel Carrera
Era un terreno gigantesco, de 8.775 cuadras y media, y se incluía en ella 38 esclavos, más de 7 mil cabezas de vacuno, 525 caballos y 1.239 yeguas, casi 5 mil ovejas, 420 mulas y 104 burros; a lo que debemos agregar las casas, bodegas y la hermosa capilla con un altar barroco de fina plata, con tallas de oro y una hermosa efigie de San Ignacio de Loyola.

En 1810 se forma la Primera Junta Nacional de Gobierno y don Mateo pasa a ser presidente de Chile. Cuatro años después, en plenas guerras de la independencia, la Tercera división, al mando de José Miguel Carrera, establece su cuartel en esta hacienda, mientras O’Higgins y Juan José Carrera se encierran en Rancagua. Y desde aquí salió la Tercera División en apoyo a los patriotas de Rancagua.Dicen que la tercera división avanzó hasta la Alameda de Rancagua, donde fue enfrentada por las tropas realistas, trabándose en feroz combate.
O’Higgins observa la acción desde la torre de la iglesia de la Merced. Y se echan al vuelo las campanas de las iglesias, mientras cesa el ruido de la batalla. La división de Luis espera la salida de O’Higgins. O’Higgins espera el ingreso de la tercera división.
Como en una comedia de equivocaciones, ambos esperan. Finalmente, al no haber combate y con las campanas sonando, Luis Carrera imagina que los españoles han vencido, y ordena la retirada.  
                                                                                                    
O’Higgins, desde su observatorio, ve a la tercera división retirarse. Ya sin posibilidades de resistir por más tiempo, O’Higgins ordena la salida de sus tropas desde el sitio de Rancagua.
        
La derrota era completa. La Tercera división de Luis Carrera regresaba a la Compañía y José Miguel ordenaba la retirada hacia Santiago. Ya no había nada más que hacer. Terminaba la Patria Vieja y comenzaba la reconquista. 
Y fue por el callejón largo que pasa junto a la Hacienda de la Compañía por donde avanzó el agotado ejército realista a la conquista final de Santiago. 

jueves, 20 de octubre de 2011

Edgar Allan Poe, poeta maldito.

Me atrevería a decir que mis años de adolescente quedaron marcados por la obra de Edgar Allan Poe. Su genio danzaba sobre papeles que daban vida a poemas, ácidas críticas literarias, narraciones llenas de fantasía, cuentos donde el terror atrapaba los sentidos. Poe nació bajo complejas circunstancias, y su vida fue un vagabundeo permanente tras la búsqueda de un destino, una tranquilidad que nunca llegó a él.

Quise recordarlo en sus textos crípticos, en su ciencia ficción premonitoria, en la creación de la novela policial. Nadie es profeta en su tierra y sus escritos comienzan a popularizarse en Europa. El gran Baudelaire lo traduce al francés, uniendo desde entonces su nombre al grupo de poetas malditos, con Arthur Rimbeaud, Stéphane Mellarmé, Tristán Corbiere, y varios otros, según los bautiza Paul Verlaine, tomado del poema de Baudelaire que lleva el título de Bendición, en el libro Las Flores del Mal.
Virginia Clemm
¿Qué mundos chocan en el espíritu de Poe? Abandonado por su padre al nacer, su madre fallece un año más tarde, y el pequeño Edar Poe es adoptado por la familia escocesa Allan, en su natal Boston, quienes le llevan a Richmond pero nunca lo reconocen legalmente.


Alumno de la Universidad de Virginia, renuncia; entra a la Academia Militar de West Point y lo echan; entonces, inicia su carrera de publicista y crítico.
Enamorado de su prima Virginia Clemm, de solo 13 años, se casa con ella (1835) pero la joven fallece de tuberculosis (1847) dos años despuéa que Poe publique su inmortal poema El Cuervo.


Poe sigue escribiendo y recorriendo periódicos donde publicar sus obras. Crea su propia editorial, intenta  sacar un periódico pero no alcanza a publicarlo, porque es encontrado desfalleciente en un bar de Baltimore, y llevado a un hospital cercano donde se mantiene desaparecido durante cinco días.


Allí fallece, el 7 de octubre de 1849. Se tejieron distintas historias: tuberculosis, cólera, alcoholismo, ataque cerebral, drogas, ataque al corazón e incluso suicidio.
Recién había cumplido cuarenta años.


Sus frasesnos  hablan mejor que un análisis de ellas:
 "No tengo fe en la perfección humana. El hombre es ahora más activo, no más feliz ni inteligente de lo que fuera hace 6.000 años".  "Todo  lo que vemos o  parecemos es solo un sueño dentro de un sueño". "Cuando un loco parece sensato, es  ya  momento de ponerle la camisa de fuerza".  "Sueños.  Esos pedacitos de muerte. ¡Cómo los odio!".


Edgar Allan Poe fue único, incomprensible e incomprendido, un genio atacado sin misericordia por sus críticos, a quienes solo conocemos cuando investigamos a Poe.


Fue mi inspiración de adolescente. Hoy sus textos son maduros para quien ha madurado en su larga compañía.



lunes, 17 de octubre de 2011

Cuando Alonso de Ercilla fue condenado a muerte.

Cuando el joven gobernador don García Hurtado de Mendoza llegó a Chile (1557), venía acompañado de un séquito impresionante: brillantes armaduras con cascos emplumados, elegantes damas, cañones, sacerdotes y poetas. Y entre estos últimos, don Alonso de Ercilla.


Hurtado de Mendoza y Ercilla se habían conocido en la nave que traía desde España al nuevo gobernador de Chile, Jerónimo de Alderete. Pero éste falleció en el viaje, mientras en Chile se disputaban la sucesión  del fallecido gobernador Pedro de Valdivia dos bravos guerreros: Francisco de Aguirre y Francisco de Villagra.
Al llegar a Lima, el virrey de Perú era ni más ni menso que su padre, quien lo manda a la Araucanía a resolver el problema de sucesión, designándole nuevo gobernador de Chile.

No vamos a detenernos en los detalles de su llegada, ni cómo encerró en una nave a los dos aspirantes, ni que se instaló en el sur, no visitando ni un solo día la ciudad de Santiago.



Lo que sí vamos a recordar fue un hecho importante de esos días, que casi nos deja sin el autor de “La Araucana”. La noticia de la reclusión del rey Carlos V en un monasterio y la ascensión de un nuevo rey de España, don Felipe II, tardó más de dos años en conocerse en esta alejada colonia, enterándose don García en su campamento en Valdivia.

García Hurtado de Mendoza decide celebrar con juegos y torneos tan augusta noticia. Pero en momentos en que la elegante comitiva se dirige a la plaza de armas, un tal Juan Pineda atropella con su caballo a don Alonso de Ercilla, quien cabalga al costado de García Hurtado. El poeta reacciona indignado, echando mano a su espada toledana. Pineda hace lo mismo, pero el gobernador, de solo 22 soberbios años, los manda detener y a ser ahorcados a la mañana siguiente.

Cuentan las historias que los amigos de los sentenciados le envían al gobernador un grupo de muchachas indígenas,  con la misión de divertir al autoritario Hurtado de Mendoza y obtener el perdón de los dos condenados.
Nadie sabe qué ocurrió, aunque muchos lo imaginan, pero la diversión ablandó por un instante el duro corazón del militar, logrando así el ansiado perdón.

Nunca imaginaron esas jóvenes muchachas que su heroico acto permitió salvar la vida a una de las figuras cumbres de la literatura universal, don Alonso de Ercilla y Zúñiga, el inventor de nuestra fama, y que asombró al mundo con su “Chile, fértil provincia y señalada…”

domingo, 16 de octubre de 2011

La Papisa Juana. ¿Un mito?

El Pontífice Juan VIII había terminado los oficios en San Pedro y encabeza a la jerarquía que le acompaña hacia su residencia papal en el Palacio Laterano. Era el año 857 y  todos admiraban al personaje que había sucedido a León IV (Papa entre 847 y 855). El breve reinado de este fallecido pontífice se desarrolló entre sínodos y combates contra los sarracenos, los que incluso habían incendiado parte del barrio Vaticano, lo que le lleva a levantar un muro para proteger la basílica de San Pedro y que se conoce como el muro leontino.

Había que elegir un sucesor y las miradas se concentraron en un religioso joven  dotado de una gran elocuencia. Y fue elegido por los cardenales para reemplazar a León IV, asumiendo como Juan VIII.

Su historia está envuelta en la leyenda, que nos relata una existencia azarosa. Juana es hija de un misionero establecido en Ingelheim am Rhein,  en la actual Alemania, para convertir a los pueblos sajones. Enamorada a los 12 años de un monje, se disfraza de hombre para ingresar al mismo monasterio y estar junto a su amado. Pero Juan Angelicus, como así se le conoce, es descubierta y los amantes deben huir. Pero en el viaje el monje desaparece y Juan (Juana) que aún viste las ropas sacerdotales, llega a Roma, donde se convierte en copista y maestro. Eso le permite viajar a Constantinopla y Atenas. Finalmente se establece en el reino de los francos, gobernado entonces por Carlos el Calvo, hijo de Carlomagno. En el año 848 se dirige a Roma, convirtiéndose en secretario del Papa  León IV. Rápidamente destaca por su erudición y es elegida Papa con el nombre de Juan VIII.  Pero un lamentable accidente termina con su pontificado.

Juana estaba embarazada de uno de sus sirvientes (o del embajador Lamberto de Sajonia según algunos autores) y el día que recordábamos al inicio de esta nota, tropieza y cae en una de las estrechas callejuelas romanas, ante la preocupación de los dignatarios de la Iglesia. El accidente acelera el proceso de parto, dando a luz en la calle. La preocupación se transforma en indignación fanática, y Juana es llevada a las afueras de la ciudad siendo apedreada por sus fieles hasta darle muerte.

De urgencia se reúne el colegio de cardenales y nombra un sucesor, Benedicto III y señalando como año de su ascenso el mismo 855 de Juana. Así se borraban los dos años, siete meses y cuatro días de pontificado de la papisa.


Para muchos, una leyenda destinada a atacar a la Iglesia. Para otras, un hecho histórico. 


Lo cierto es que en la cronología de los papas católicos, el pontificado de la papisa Juana fue borrado.

jueves, 13 de octubre de 2011

10.000 gracias a todos!

Diez mil gracias a todos ustedes, que desde abril me han acompañado en la aventura de crear este blogspot. En la madrugada de este día 13 de octubre hemos sobrepasado las 10.000 visitas, lo que agradezco profundamente, motivándome a entregar cada día un nuevo artículo para dar a conocer la historia de nuestro pasado. Una vez más, muchas gracias.

miércoles, 12 de octubre de 2011

¿Fue Colón el primero?

Nadie discute que los antecedentes históricos avalan el viaje de Cristóbal Colón en 1492 y su descubrimiento del nuevo continente, aunque al principio él estuviera convencido de haber llegado a las maravillosas tierras de Catay y Cipango.
Pero existe una leyenda muy anterior que habla de un viaje de unos monjes irlandeses que habrían llegado hasta el nuevo continente. Es la historia relatada por San Brendan y que la vamos a recordar a ustedes este 12 de octubre.

Este santo varón y navegante habría nacido alrededor del año 484 en Ciarraight Luachra, Irlanda, saliendo el 22 de marzo de 516 en una balsa especialmente preparada, llevando a bordo unos catorce monjes. Viejas leyendas recopiladas desde antes, hablaban de una tierra maravillosa, un paraíso terrenal, en dirección nor-oeste. Y Brendan (o Breandán, en celta), salió en su barca. El viaje duró siete años. Por la descripción que hace, primero arribaron a las islas Feroe, donde celebraron la Semana Santa. El domingo Santo lo celebran en la Isla Pez, y al encender fogatas para el frío, la isla comienza a temblar y a moverse. Para sorpresa de los monjes, era la gigantesca ballena llamada Jasconius.

Más tarde pasan por la isla de los Pájaros (que serían los ángeles indiferentes en el conflicto entre el Arcángel San Gabriel y Lucifer), deteniéndose en Aibe para celebrar la Navidad, pero son atacados por monstruos que les arrojan llamaradas de fuego: era el paso del infierno.

Continuando el viaje, deben bordear durante tres días un castillo de cristal (un iceberg) en medio de una profunda niebla, hasta que alcanzan la isla del Paraíso. El viaje ha terminado, y regresan a Irlanda, donde al poco tiempo fallece San Brendan, en la localidad de Enachduin (578).

¿Sólo una leyenda? Pero, al menos, es considerado el primer antecedente del futuro viaje de los vikingos y finalmente el del propio Cristóbal Colón.
Valía la pena recordar a San Brendan en este nuevo 12 de octubre.

martes, 11 de octubre de 2011

La dramática muerte de O'Carrol


Trompeta, Dragones de la Patria.

En Rancagua, una calle lleva el nombre de O’Carrol. Recuerda a un joven oficial irlandés que participó en la más cruel de las guerras de la Independencia: la Guerra a Muerte.

Fue Lord Cochrane quien entusiasmó al teniente coronel Carlos María O’Carrol para que viniera a Chile y se incorporase a las luchas por la libertad. O´Carrol lucía en su pecho la Cruz  de Carlos III de España, y la Flor de Lis de Francia de los Borbones, obtenida luego de su destacada participación en la derrota napoleónica en Waterloo.


Beauchef y Viel, jóvenes héroes franceses, llegaban después de Chacabuco (1817), integrándose de inmediato a las campañas en el sur. O’Carrol llegaba después de Maipú (1818). Es reconocido como teniente coronel y se le encarga la organización del tercer escuadrón de los Dragones de la Patria, en la ciudad de Curicó. Allí el joven oficial disciplina a los mejores jinetes de la zona, a la vez que se enamora de una joven criolla.


 A fines de 1819 iniciaba su campaña al sur, contra las montoneras realistas. Su primera victoria la obtendrá en San Carlos. Luego se unía al mariscal Alcázar en Los Ángeles, pasando el siguiente periodo en escaramuzas contra bandidos, criminales y asaltantes. Pero el ejército realista no descansaba y O’Carrol es enviado a Rere y de ahí reunirse con el teniente coronal Benjamín Viel para enfrentar al enemigo. Se unían dos antiguos enemigos en la batalla de Waterloo (1815), asumiendo el mando de las operaciones el comandante O’Carrol.


La fuerza patriota se dirige a Pangal, donde se concentra el enemigo. De pronto son rodeados por cientos de lanzas montonera, imposibilitándoles cualquier movimiento. O’Carrol no reacciona mientras las lanzas realistas van matando uno a uno a los milicianos de la retaguardia. De pronto O’Carrol despierta de su sopor y sacando su sable se lanza contra el afilado cerco enemigo.
Dicen que se batió como un león, hasta que un lazo rodea su cuerpo, arrastrándolo hasta los pies del jefe realista, el montonero Vicente Benavides. Al notar que O’Carrol era un oficial extranjero, le ordena que se prepare para morir. Pocos momentos después era asesinado a lanzazos.


Charles Maria O’Carrol pertenecía a una aristocrática familia irlandesa, incorporándose a las campañas contra Napoleón, alcanzando en siete años de campaña su merecido ascenso a teniente coronel, a los 26 años. Había nacido en 1789, y moría en 1820, en un territorio que recién comenzaba a conocer y al que entregó su vida.

domingo, 9 de octubre de 2011

Francisco Miranda, el padre de la independencia.

Pocos son los que ven en Francisco Miranda (1750-1816) al padre de nuestra independencia. Al repasar su vida, sus viajes y sus acciones militares, Miranda se nos aparece como un ser único en nuestra Historia. En el breve espacio que nos permite esta página nos vamos a referir a su permanencia en Europa, convulsionada por los cambios políticos de fines del siglo XVIII.

Llegado a España en 1771, adquiere el título de capitán de infantería, cancelando 85.000 reales de vellón (como se hacía en aquellos tiempos), preparándose previamente en profundos estudios de matemáticas, idiomas y arte militar. Dos años después de haber llegado, ingresaba al Regimiento de Infantería de la Princesa, mezclando combates y vida social. Héroe en el sitio de Melilla (1775), herido en el combate de Argel el mismo año, arrestado por mal uso del uniforme militar, vigilado por la Inquisición a raíz de su biblioteca rica en libros prohibidos, finalmente es enviado a Cádiz al Batallón de Aragón.

Y parte a la guerra en Estados Unidos, donde en la batalla y victoria de Pensacola, Miranda se gana las jinetas de teniente coronel. Enviado como espía a Jamaica, en poder de los ingleses, logra sacar la información precisa de sus defensas, y cuando está elaborando el plan de ataque, es acusado formalmente por la Inquisición. Nuevas acciones militares, nuevas acusaciones hasta que finalmente escapa a Estados Unidos. La guerra por la independencia ha terminado, pero Miranda se convierte en personalidad, tratando con destacados políticos, entre ellos conoce al propio George Washington en Filadelfia, y a Samuel Adams. Pero las persecuciones españolas lo obligan a abandonar los Estados Unidos, trasladándose a Inglaterra en 1785.

Pero nuevamente es vigilado, bajo la acusación de traición a España, y resuelve viajar a Rusia. Recorre Bélgica, Alemania, Austria, Hungría y Polonia, aumentando su saber, y sus colecciones de libros. En Rusia establece amistad con el Príncipe Potemkin, quien lo presenta ante la emperatriz Catalina la Grande. Pero ningún espacio es suficiente para el gran Miranda, y está en París en 1791, en plena Revolución Francesa. Amigo de los girondinos, como Brissot y Villaneuve, se une a la campaña de La Convención contra los Países Bajos. Ya es el segundo comandante del ejército francés en la campaña, logrando entre otras victorias la de Valmy, en 1792. Es mariscal de Francia, cuando es acusado durante el régimen del Terror. Y aunque su nombre es grabado en el Arco de Triunfo durante el imperio de Napoleón I, resuelve viajar a Inglaterra, donde inicia su vasto plan de independencia americana. Amigo del ministro Pitt, planifica la invasión contra los españoles de América del Sur pero el fracaso final (1806), lo lleva a alejarse de las autoridades. Es entonces cuando crea la Logia Lautarina para darle independencia a Hispanoamérica, a la cual se integran los patriotas más decididos que están en esos días en el continente europeo.

Está a la cabeza de las guerras de la independencia en Venezuela. Pero, traicionado por sus compañeros de armas, es entregado a los españoles. Encerrado en Puerto Cabello y luego en Puerto Rico, hasta ser enviado a la prisión de La Carraca, en España.

Allí muere el padre de la revolución latinoamericana el 14 de julio de 1816, a los 66 años de edad. Un breve homenaje a uno de los grandes de nuestro continente.

Miranda en su prisión en La Carraca.

viernes, 7 de octubre de 2011

Los zapatos de Camilo Henríquez.



Fray Camilo Henríquez es el padre del periodismo en Chile. Su delgada figura, su pasión libertaria, su detención en Perú por orden de la Inquisición, que lo acusó de tener libros prohibidos en su biblioteca, y su máxima creación: la Aurora de Chile, lo convierten en una de las figuras más destacadas de nuestra independencia.
Fue periodista, diputado y presidente del senado. En 1811 había publicado su famosa “Proclama de Quirino Lemáchez”; autor entre otros del Ensayo Constitucional de 1812 inspirado por el gobierno de José Miguel Carrera. Exiliado en Mendoza después del desastre de Rancagua, regresa años después a continuar su gran obra cultural.

Ya escribiremos algunas informaciones más completas sobre este increíble personaje. Pero nos queremos detener en su estatua, inaugurada en el paseo Bulnes el año pasado. Una gran pluma en su mano derecha y una excelente reproducción de un  ejemplar de la Aurora en su otra mano. Pero lo que llama la atención de la estatua son dos cosas: su ropa y sus zapatos.

La figura fina de don Camilo aparece enfundada en una armadura metálica, que le hace verse grueso y tieso, y un cuello tipo golilla de encajes que cual pañuelo rebalsa su cuello religioso.

Pero al observar sus zapatones de minero uno se siente más que sorprendido.

Qué bueno que se alcen estatuas para recordarle a las nuevas generaciones a aquellos que nos dieron libertad, pero tengamos el cuidado en esos pequeños detalles que pueden distorsionar la propia dignidad de los homenajeados.

Digo yo.




martes, 4 de octubre de 2011

Vicente San Bruno.

Pocos nombres en la historia de Chile están asociados a tantas atrocidades cometidas en dos años y medio de terror. Porque Vicente San Bruno Rovira fue el cerebro y ejecutor de la represión más violenta en contra de los patriotas derrotados en la batalla de Rancagua (1 y 2 de octubre de 1814).

Vicente San Bruno
Fraile lego de la orden franciscana en Zaragoza, dejó los hábitos para tomar el fusil en la guerra de independencia española contra Napoleón Bonaparte (1808). Cinco años más tarde, se incorporaba al regimiento Talaveras cuyo comandante era el coronel Rafael Maroto, dirigiéndose al Perú con el grado de capitán. Allí, su regimiento se  unía a la expedición que enviaba el virrey Abascal para terminar con la resistencia chilena. Llegados a Talcahuano, territorio eminentemente realista, marchaban hacia el norte, hacia la capital. En Rancagua eran esperados por los patriotas atrincherados en la plaza, pero después de dos días de sangriento combate, los restos de las tropas chilenas lograban escapar, destacando San Bruno en la violenta represión de los derrotados. Fusilamientos, y luego encierro de los heridos, mujeres y niños en el hospital, donde eran quemados vivos por orden suya.

Al entrar a la capital, sus nefastas actividades van a generar el terror entre los habitantes. Fusilamiento masivo de los detenidos en la cárcel pública, destierro a las islas de Juan Fernández de los principales cabecillas de la revolución, sin darles tiempo para aprovisionarse de ropa ni comida.

Como presidente del Tribunal de Vigilancia y Seguridad Pública mantuvo el poder total sobre el país, apoyado en sus decisiones por el débil gobernante Marcó del Pont. Pero, al otro de los Andes, comenzaba su avance el Ejército Libertador con San Martín y O’Higgins, los que el 12 de febrero de 1817 lograban una completa victoria sobre los realistas, entre los que se encontraba el capitán San Bruno, su ayudante el sargento Villarroel, y los Talaveras.
Ambos son detenidos, conducidos a la capital y tras un proceso seguido contra ellos, San Bruno y Villarroel eran fusilados en la plaza de armas el día 12 de abril.

Terminaba así la bestial carrera de este “fraile renegado” que llenó de terror las calles de Chile.

sábado, 1 de octubre de 2011

Los mártires de Rancagua.

A las 10 de la mañana del día sábado 1 de octubre de 1814 las unidades realistas esperaban la orden de atacar las trincheras patriotas. Solo cuatro calles conducían a la plaza de armas, donde se agitaban  mil quinientos defensores, encerrados tras las trincheras improvisadas en las cuatro salidas de la plaza. De los cinco mil soldados del ejército realista, sobre dos mil completaban el cerco.
Fue un combate sin tregua, horroroso, donde los cañones enrojecían por los disparos sin descanso, que se prolongaron el sábado 1° y el domingo 2 de octubre. Siete veces intentaron romper las defensas los atacantes del Rey, y siete veces fueron rechazados, pero a un alto costo humano para ambos bandos. Cerca de las cuatro de la tarde de ese domingo, la masacre hace imposible mantener la defensa y O’Higgins, sable en mano ordena la salida de sus escasas tropas montadas en caballos y mulas.

Todos conocemos ese pasaje histórico, con O’Higgins montado guiando a sus soldados que se abren paso entre las bayonetas españolas. Pero pocas veces hemos pensado en lo que ocurrió en la plaza de Rancagua después que los heroicos centauros lograron atravesar el cerco de fuego.
En el interior de la plaza el combate se hace más encarnizado. Los realistas invaden el lugar por sus cuatro costados exigiendo rendición incondicional. Los Talaveras avanzan por la destrozada calle de San Francisco y alcanzan el centro clavando sus banderas. Pero los tiros aislados de los últimos defensores hablan de la tenaz resistencia. Arrastrándose, el ensangrentado capitán Millán logra asilarse en el templo, donde será hecho prisionero. Casi formando un cuadro, los últimos defensores resisten. El joven penquista José Ignacio Ibieta y Benavente, sin piernas por los disparos del cañón enemigo, resiste hasta caer exánime. Frente a la entrada de la calle San Francisco, el teniente José Luis Ovalle mantiene en alto la bandera chilena, con sus ensangrentados colores azul, blanco y amarillo, mientras con su diestra hace molinetes con el sable; pero es acribillado a quemarropa. De inmediato, el teniente José María Yáñez, quien ha sido el acompañante de Ovalle, toma en sus manos la bandera antes que caiga al barro. Pero es destrozado por balas y bayonetas.

Más allá, en la calle de la Merced, el teniente coronel Bernardo de las Cuevas se defiende a sablazos. Golpeado una y cien veces, cae. Confundido con O’Higgins por su gran parecido físico, es fusilado en el acto. La resistencia se va debilitando, los disparos son aislados y los gritos de dolor son el coro que envuelve la plaza destrozada.
Pero faltaba el último acto de la barbarie.

Una casona convertida en hospital para el combate, cobija a los soldados heridos, a las mujeres, niños y ancianos. Hasta ese punto son arrastrados por los triunfadores los heridos que cubren las calles. Los encierran y prenden fuego por los cuatro costados de la casona. Las manos se crispan en las rejas mientras el humo y las llamas invaden el recinto. Los gritos se escuchan a cuadras de distancia, hasta que el silencio, como un bálsamo, cubre el lugar.
Días después, las rejas son sacadas de la construcción con las manos de las víctimas aún aferradas a los ahora tibios fierros, y exhibidas en medio de la plaza como advertencia que no habría cuartel contra los que resistieran el poder del rey.

Un episodio silencioso y olvidado, que valía la pena recordar en un aniversario más del desastre de Rancagua.